Si algún caricaturista llevaba en la sangre la memoria de la oposición política, ese era Carlos Andrade, nacido en 1899 y mejor conocido como Kanela por una particularidad: era pelirrojo. Fue miembro de una familia que se forjó en el naciente liberalismo, se mantuvo fiel a su versión pura, (los Andrade de Roberto y Julio), y vivió por ello una constante zozobra y persecución.
El propio Kanela acabaría abandonando sus estudios secundarios a causa de los asedios que sufriera su familia, para emplearse a los 15 años en un curioso oficio en el que pondría a prueba los trazos de su mano: calígrafo del Senado de la República.
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Posteriormente, pasó 30 años en el Ministerio de Educación, hasta que en 1950 el gobierno de Galo Plaza Lasso, siendo ministro de Educación Carlos Cueva Tamariz, le echó del cargo. Kanela adelantó su jubilación y juntó sus pocos recursos con lo que su esposa ganaba como profesora, para sobrevivir.
¿Una represalia por sus ancestros alfaristas? ¿Un capricho burocrático? En verdad, Kanela no sufrió la ira de los opositores por sus caricaturas. “Apenas un bastonazo”, recuerda su hijo Carlos.
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Después de su paso por la revista Caricatura, donde desarrolló una sorprendente economía y claridad en el dibujo, pues la lucidez con la que evocaba los rasgos más característicos del personaje dibujado, le permitía transmitir todo el sentido crítico con pocos trazos y uso de colores intensos, Kanela colaboró con otras dos revistas: Zumbambico y Hélice, y con el diario Últimas Noticias.
Kanela no abandonó el dibujo hasta que una avanzada artritis y el consumo de cortisona que para los años 1950 se puso de moda sin la información suficiente sobre sus efectos colaterales, acabaron fatigando sus manos. Murió en 1963, luego de defenderse por muchos años de una enfermedad que atacaría a más de un miembro de la familia Andrade: la cruel hemofilia.