El año pasado el brillo de la Palma de Oro en el Festival de Cannes cayó sobre una película donde jamás vemos el sol. O al menos así luce el entorno en los arrabales de Helsinki, donde las cámaras del director finlandés Aki Kaurismäki siguen a su melancólico protagonista. El hombre sin pasado inaugura hoy el Festival de Cine Arte de Cinemark y es una muestra de un cine desconocido en tierras ecuatorianas, donde
la risa es tan extraña como un día soleado. Los habitantes de Finlandia parecen espíritus errantes en un mundo donde la solidaridad humana y los sueños se han desvanecido. Y cuando escuchamos las románticas voces de una canción popular, parece la llegada de una brisa celestial.
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Pero Kaurismäki no quiere amargarnos con su historia, todo lo contrario. Siempre hay algo de humor en sus personajes, a pesar de que el filme nunca es una comedia. El actor Markku Peltola es ‘M’, un hombre que se baja de un tren en la escena inicial y es inmediatamente atacado por unos pandilleros que se llevan su billetera y lo abandonan casi muerto en una calle desierta. Luego de escaparse del hospital como si se tratara del hombre invisible con su cabeza totalmente vendada, él constata los resultados de la golpiza: ha perdido la memoria y ni siquiera sabe cómo se llama.
El hombre sin pasado es la historia de su peregrinaje en medio de seres marginales y vagabundos, donde el descubrimiento de Irma (Kati Outinen), la mujer del Ejército de Salvación (un voluntariado social) que lo atiende, introduce en su vida el elemento que faltaba.
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Contar esto con la congelante sensibilidad nórdica es el reto del director. Debajo de estos seres palpitan corazones sentimentales que poco a poco salen a flor de piel cuando ‘M’ se involucra con ellos, porque “la vida va hacia adelante y nunca hacia atrás”. En su caso, la memoria solo se recobra cuando ve la máscara de un obrero metalúrgico trabajando con un equipo de soldadura. Él podría haber hecho eso en su vida, pero más importante son sus descubrimientos diarios, como los de convertir a los acartonados músicos del Ejército de Salvación en una banda de rock, o la cena a media luz con Irma, dentro del container –sí, esos cajones inmensos de los barcos– donde vive en los tugurios.
La peor miseria no es aquí la pobreza material, sino la de estoicas existencias donde el factor humano se desvanece. Nadie parece muy preocupado en Finlandia y hasta la empleada del solitario banco que es asaltado, donde ‘M’ es tomado como rehén, nunca parece asustada. Simplemente soportan todo lo que viven.