En el colegio Mejía se discute si se debe permitir que las mujeres vuelvan a formar parte del plantel.

A fines de enero, el tradicional colegio fiscal Mejía se lanzó a la protesta; pero esta vez no fue en contra de medidas económicas antipopulares ni en defensa de proclamas revolucionarias. La razón fue el rechazo al proyecto para implantar el modelo de coeducación en este plantel laico, creado en 1899.

Sus argumentos contra la educación mixta son varios: es un colegio revolucionario y no podrá salir a protestar si hay mujeres; es un plantel de raigambre popular y tiene tradición de instrucción masculina; el gran nivel académico podría estar en riesgo, y las instalaciones no están adecuadas para mujeres.

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La coeducación es un modelo que busca más que la simple reunión de mujeres y hombres en un aula: pretende una convivencia armónica y libre de discriminación de género. Los planteles que la han implantado tratan que ambos compartan las mismas tareas, responsabilidades y derechos borrando la línea que divide los roles tradicionales, así, los alumnos y alumnas aprenden corte y confección con la misma naturalidad que mecánica o electricidad.

La coeducación es un principio que la Constitución de 1998 adoptó expresamente. Ello explica por qué el 69% de planteles fiscales y privados de Quito optó ya por este esquema, si bien la decisión depende de cada colegio y su propia realidad.

Si es un modelo educativo de avanzada, ¿por qué hubo oposición en el Mejía que, irónicamente, desde su creación hasta los años 40 fue mixto?

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Los alumnos se lanzaron a la protesta antes de conocer el proyecto en su totalidad; pero, no se descarta cierta manipulación de algunos profesores, explica Ana María Goetschel, investigadora asociada de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y experta en temas de género y educación, quien participó en una mesa redonda sobre este caso.

“Se reactiva un debate de hace 80 años, pero lo increíble es constatar que ahora se repiten los puntos de vista de los sectores más retardatarios de entonces”, analiza Goetschel.

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En 1933 se debatía sobre la coeducación a propósito de un proyecto para impulsarla. Un informe del Ministerio de Educación de esa época concluyó que la coeducación es “inconveniente (pues) los resultados están a la vista: uno de los principales orígenes de la indisciplina y desorden en el (colegio Vicente) Rocafuerte radica en este punto”.

Rechazar la coeducación, dice Goetschel, revela un problema moral, “refleja que las relaciones entre los sexos se miran con sospecha”; pero –a su juicio– lo más preocupante es que este pensamiento pone al descubierto “una naturalización del subdesarrollo”, pues se asume que funciona en países desarrollados o planteles de “clase alta”.

El rector del colegio Mejía, Nelson Mejía Jara, confirma que la protesta estudiantil se debió a la insuficiente información, pero asegura que la coeducación es un proceso irreversible en el plantel que tiene 4.000 estudiantes. Dos comisiones, una asesora y una técnica, preparan el terreno y el paso inicial es un proceso de sensibilización entre alumnos, maestros y padres de familia.

“El último año ocho alumnas quisieron inscribirse. El actual estatuto nos impide admitirlas pero entendimos que no tenemos razones para discriminarlas y que debemos crear las condiciones para que ingresen”, dice el rector.

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Según Mejía, la coeducación permite una convivencia sana entre los sexos y estimula la competencia académica e intelectual. “El plantel dejó de recibir mujeres cuando se creó el colegio 24 de Mayo, pero esa fue una decisión política de las autoridades”.

ELLOS OPINAN
“Yo sí aprobaría que en un colegio fiscal donde tradicionalmente se han educado hombres, abra sus puertas para el ingreso de mujeres; pero creo que para evitar embarazos debe haber un control”.
Iván Méndez
Alumno del colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil

“Creo que ningún plantel debe discriminar los géneros porque todos, hombres y mujeres, aspiran una buena educación; creo que las protestas no ayudan y solo contribuyen a fomentar una imagen de desigualdad y marginación”.
Juan Manuel Medina
Colegio Aguirre Abad de Guayaquil