<strong>Por Jorge Suárez<br /> Especial para EL UNIVERSO</strong>Encontré a Emmanuel Lubezki en 1995, cuando admiraba La princesita, filme que sorprendía por la luminosidad de su fotografía. Los colores aplicados a cada una de las secuencias convertían las imágenes en algo muy cercano a la ilusión (si esta tuviese forma). Las tonalidades, que fluctuaban entre el ámbar y los círculos de luz que rodeaban a los cirios llenaban el lienzo de plata. Agregó filtros especiales para recoger sedas y cortinajes. Más que imágenes fílmicas era –figurativamente– un arcoíris de celuloide. Entonces supe que era mexicano, de padres lituanos.Años más tarde exhibieron sus nuevas películas: La leyenda del jinete sin cabeza (1999), El nuevo mundo (2005) Niños del hombre (2006), El árbol de la vida (2011), y con ellas su genio voló más alto: había logrado un total manejo de la luz, creado su aspecto fundamental. Ya lo había manifestado Lubezki al decir “que una cinta puede existir sin música o sonido, pero jamás sin iluminación adecuada; así lo hago, aunque gaste cinco horas para alcanzar la perfección anhelada”.Conocedor de que la condición humana se la explica, cinematográficamente hablando, a través de la luz, demuestra que ese fue el patrón anexado al rodaje de El renacido, en el que emana su concepción visual. En ella, como en sus otras películas, usa luz natural y demuestra –una vez más– que para él, un filme se comunica a través de imágenes, no de palabras.Por ello rompe esquemas, experimenta y toma riesgos, así pudieron surgir Gravedad (2013), La inesperada virtud de la ignorancia (2014), donde las tomas parecían haber sido hechas sin interrupción alguna y ahora El renacido, que le dio su tercer Óscar en forma consecutiva.Teniéndolo frente a frente analizo su rostro: de las patillas se desprende una barba que se pega a su afilado mentón, que le da vuelta a la cara hasta añadirle un bigote que le sirve para complementar la imagen que de chivo tuvo en su juventud y que ahora sirve para que así lo llamen sus amigos. Las orejas no son cachos pero sí un tanto exageradas.En el salón de entrevistas se ha mezclado el español con el inglés y el deseo de entrevistarlo semeja un reguero de pólvora encendido. Me apresuro y levanto mi número. Me ponen un micrófono y me escucho preguntar: –¿Usted da a sus películas un estilo visual muy distintivo y el mundo percibe sus atributos. Por ello, díganos, ¿cuánto de ello hay en El renacido? ¿Es su total creatividad o un apoyo al director?“En realidad, el director siempre será el autor del filme y yo tengo la suerte de trabajar, de haber trabajado, con grandes directores. Ellos son autores con voz, tratando de abrir nuevos surcos en el lenguaje de la fotografía cinematográfica. Así es que estoy allí para facilitarles, ayudarles a trasladar esos sueños al filme”, manifestó Lubezki. (O)