Room o La habitación es una película de suspenso y drama que nos cuenta la historia de Joy Newsome, una mujer que lleva siete años secuestrada por el viejo Nick en una habitación sin ventanas construida en el patio trasero de una casa. Al inicio del cautiverio, nace Jack, un niño lleno de inquietudes y preguntas que terminará por cambiar el rumbo de esas vidas, inicialmente, confinadas al encierro.

Cuando Jack cumple cinco años, la complicidad patológica de los tres protagonistas -al naturalizar el encierro y justificar el sometimiento- empieza a resquebrajarse. Las dudas sobre cómo es el mundo exterior y la necesidad de verlo y vivirlo los obligan a desafiar la rutina impuesta por el viejo Nick.

La mujer arma un plan: convence a Jack que finja estar muerto para que el viejo Nick se vea obligado a sacar el cuerpo de la habitación. Una vez afuera, tiene que saltar de la camioneta y pedir ayuda.

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La idea da resultado. Jack se escapa y da las pistas suficientes para que la Policía llegue hasta la habitación y libere a su madre. De este modo, en media película, el lío del secuestro se resuelve más fácil y rápido de lo que cualquiera hubiera esperado.

Esta primera parte de la película tiene ciertos baches, inconsistencias -por ejemplo- en la poca información sobre el origen del secuestro o en la abundancia de coincidencias para que el escape salga perfecto. Sin embargo, quedan perfectamente cubiertos por el ritmo del relato -la mano del director, Lenny Abrahamson- y por las magníficas actuaciones de Brie Larson, en el papel de Joy, y de Jacob Tremblay, en el de Jack.

En el juego simbólico, la habitación se lleva su parte. Es, por decirlo de alguna manera, el metro cuadrado en el que no solo los protagonistas, sino también los espectadores, llevamos nuestro día a día. Es ese ir y venir entre la imaginación y la rutina, la inmovilidad y el riesgo, el amor filial y el amor propio, la seducción/violencia del verdugo y la sumisión consentida de quien se lo permite. Es la diferencia entre seguir respirando nuestro encierro o lanzarnos a respirar el de otros.

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Nos regala la paradoja del mundo exterior que Jack concibe en su mente creado por una televisión con fallas de recepción, y la realidad insuficiente que le regala una claraboya, a través de la cual solo se ven el cielo, el día y la noche, las estaciones del año, el universo por conocer.

Tras la liberación viene el trauma de adaptarse a una nueva “normalidad”. Para Jack es descubrir desde una escalera hasta los sentimientos más hondos y absurdos de la relación familiar y social. Para Joy es un reencuentro con una cotidianidad que marca la vida de todos, pero que choca con los siete años de encierro perdidos.

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El conflicto interior llega a su clímax cuando la madre intenta suicidarse debido a la presión de su nuevo hogar y es llevada al hospital. El tiempo que ella permanece internada, Jack empieza a cerrar ciclos: conoce a un amigo, se corta el cabello, camina solo... Y cuando se reencuentran, el niño solo quiere una cosa: visitar la habitación en la que vivieron durante cinco años.

Cuando regresan, Jack repasa con la vista y con sus manos las cosas que fueron su compañía en su primera infancia. Se despide de la silla, del lavabo, del armario, de su mundo inicial. La habitación deja de ser su centro, su presente, solo cuando decide dar la vuelta a la página. Y lo hace con su madre al lado, con el mismo amor y coraje con el que estuvieron encerrados en esas cuatro paredes.

Son varias las interpretaciones que nos deja esta película rica en sentidos y sensaciones íntimas, que nos recuerda no solo nuestro propio encierro, sino la complejidad y la consecuencias que implican el abandonarlo, aun cuando sea necesario y justo. (O)