Dietrich Bonhoeffer fue un teólogo luterano alemán que, frente a las atrocidades del régimen nazi y la ceguera de gran parte de la población alemana, como muchos alzó su voz. Fue encarcelado y en la prisión reflexionó sobre la estupidez, a la que definió como un fenómeno colectivo y moral, estrechamente ligado al poder, la propaganda y la pérdida de autonomía crítica. Se preguntó cómo una sociedad entera pudo ser cómplice, activa o pasivamente, de actos que contradecían los principios básicos de humanidad y moralidad. Recordemos que en la culta Alemania de Bonhoeffer los nazis fueron capaces de quemar libros y que luego de quemar libros quemaron seres humanos, como vaticinó el escritor Heinrich Heine en el siglo XIX. Era la Alemania de Schiller, de Goethe, de Beethoven, de Mark, la humanista que luchó contra la tiranía. La propaganda e intimidación nazi hicieron lo suyo y se completó la tragedia de una sociedad sumisa y coadyuvante.

“La estupidez es peligrosa, no porque carezca de inteligencia, sino porque confirma la incapacidad para razonar críticamente, aceptando dogmas, órdenes o creencias sin cuestionarlas. No responde a la lógica, los argumentos ni la evidencia”. “Las personas estúpidas no están interesadas en la verdad, están atrapadas en una burbuja ideológica, que rechaza cualquier información que contradiga su visión del mundo, terminan actuando como instrumentos del poder. La pasividad ante las injusticias bajo la excusa de no querer involucrarse es otra forma de estupidez colectiva. Aquí la ignorancia no es inocente, es cómplice”.

La socióloga ecuatoriana Natalia Sierra sostiene: “Asistimos al retorno de formas ideológicas que promueven el egoísmo, el odio, el desprecio a la vida, que en el siglo XX se conocía como fascismo. Se van pervirtiendo las formas culturales propias, de los pueblos ancestrales que promovían la cooperación, la solidaridad. Una ideología que afirma el individualismo que desprecia a los empobrecidos. Es un movimiento político e ideológico que se encuentra en varias regiones del mundo, donde se destruye todo lo que huele a política social, se arrasan los derechos humanos, que son conquistas de la sociedad”.

Ecuador es presa del miedo y se le induce a apoyar políticas de violación de derechos humanos, que han cobrado ya vidas y desapariciones forzadas y se condena a los empobrecidos a depauperarse más.

Se estigmatizan tales derechos y a sus defensores, denostando una Constitución que los proclama y garantiza. Se promueve la quema de ladrones, se acusa a las víctimas, incluso menores de edad, de ser victimarios. Se aboga por achicar al Estado, con lo cual este cumpliría menos su papel de procurar el bienestar colectivo. Se guarda silencio y se aplauden las políticas antihumanas que vienen del norte, aunque dañen a nuestros inmigrantes que regresan esposados como criminales, se condena a una obispa que por los indocumentados pidió misericordia al Atila que gobierna ese norte. Pero como siempre, hay una Gaza que resiste, que será libre con un fuego purificador que no vendrá del cielo. (O)