Con 8 años tenía la sensación de que los visitadores a médicos llegaban a cada rato. Su visita hacía que yo saliera de ese mundo mágico que era el consultorio de papá.

Altos, bajos, feos, bajitos, orejones, guapos… yo tenía la sensación de verlos en un desfile tan molesto como interminable. Llegaban, conversaban de cosas aburridas con papá, dejaban unos frasquitos o cajitas y se iban.

El armario con las muestras médicas estaba al fondo. No podíamos tocarlas a menos de que papá nos pidiera que le trajéramos alguna. Se sabía de memoria sus nombres raros y su ubicación, ¡eran cientos, miles!, pero él se los sabía. Su orden y precisión estrictos facilitaban la búsqueda. Eran maravillosas pero intocables. Clarito decía en sus etiquetas: “Muestra médica, prohibida su venta”.

Papá regalaba a cuantas personas necesitaban esas muestras médicas, esas medicinas con las que no me permitía jugar, pero yo soñaba con esas muestras médicas. Es que eran chiquitas: los jarabes venían en frasquitos pequeñitos, las cremas eran diminutas al igual que los goteros. Todo esto podía haberse convertido en una maravillosa mercancía con la que habría establecido una farmacia, dejaría de jugar a la tiendita. Ya estaba harta de pesar harina, azúcar, arroz. Empezar mi negocio Botica de Moca era un sueño. Estaba segura de que terminaría incluso recetando pócimas maravillosas. Mi botica podría tener más color que la tiendita, tal vez ya no usaría la balanza roja que me habían comprado en la feria de Finados, pero habría variedad y color, mucho color y mucha mercancía para el dolor. Mis muñecas eran tan achacosas como yo.

Los candidatos actuales se me antojan como medicinas. Pienso en Daniel Noboa como en esa muestra médica de la que, en más de un año, hemos recibido una muestrita, una pequeña señal de lo que sería su mandato en caso de ganar las elecciones. Luisa González, en cambio, representa el frasco grande, ese con la medicina completa de la que ya tomamos toda una década y conocemos hasta la saciedad. La decisión está complicada. Los votantes tendrán que pensar y analizar si la muestra médica que recibieron del frasquito les gustó a pesar de resultarles amarga, le sirvió al país, le curó de algo o al menos le alivió de tanto mal que le aqueja. Tendrán también que pensar si el frasco grande, el de la medicina conocida sirvió en su momento, si curó los males a este pobre Ecuador o si simplemente empeoraron los síntomas y fue peor la medicina que la enfermedad.

Todo eso habrá que analizar. Yo lo único que veo es que muchas cosas malas vendrán tanto con la una medicina como con la otra. Parece que tanta equivocación nos ha llevado a tener la receta equivocada.

Antes de votar hay que leer bien la posología completa, analizar bien las contraindicaciones, las advertencias que vienen en la letra chiquita, en esa diminuta que rara vez nos molestamos en leer, pero puede afectar un órgano vital.

Y no, no va a ser fácil, porque tanto la ceguera e indolencia como la corrupción y la falta de moral pueden agravar aún más a nuestro pobre enfermo terminal.

Pero las cartas están echadas, no hay vuelta atrás. (O)