En 1985 se publicó la versión española del libro El cerebro binario, de David Ritchie, en el que se analiza la posibilidad de conectar la mente humana a un computador. En sus primeros capítulos Ritchie señala lo que caracteriza a la especie humana y aunque coincide con que es la inteligencia, subraya que es la capacidad de retener e integrar los conocimientos.
Conforme avanza el texto, Ritchie señala que al evolucionar nos volvimos más artificiales; en ese sentido, se refiere al uso de artefactos para facilitarnos la vida. Pone como ejemplo que cuando un primate emplea una rama para sacar las hormigas de un hueco, esa rama se convierte en un artificio. Así, los seres humanos usamos nuestras destrezas para imaginar qué aparatos pueden evitarnos tareas molestas y repetitivas, y así se llegó al diseño de robots y lenguajes de inteligencia artificial.
Quiero detenerme en esos últimos –los lenguajes de inteligencia artificial– porque poco a poco constatamos que las jóvenes generaciones están ávidas de respuestas, por lo que emplear el tiempo en construir frases, seguir procesos largos para resolver un problema matemático, les parece aburrido, porque existen aplicaciones digitales que pueden realizar estas tareas.
El interés en el uso de aplicaciones de inteligencia artificial en la educación superior es enorme, así como los temores de que exista una excesiva dependencia a los dispositivos digitales y aquello termine ralentizando las habilidades fundamentales del pensamiento crítico; además, continúa la preocupación por plagio, o el tema de “copiar y pegar” información, sin reconocer la autoría; o de jóvenes que leen pero no entienden lo que leen.
También, Ritchie advierte que la actuación del cerebro y el computador puede abrir posibilidades enormes para la solución de problemas; pero, si no reflexionamos sobre su uso o “fracasamos en el intento, es muy posible que el universo nos excluya como un experimento más sin éxito”. (p. 18)
Aunque estamos rodeados de tecnología, abrumados de información y datos, es responsabilidad de nosotros analizar los espacios claroscuros, donde no pueden ayudar los dispositivos de inteligencia artificial. Por ej., ¿por qué cada elección el Registro Civil se llena de ecuatorianos que perdieron su cédula?, ¿por qué aunque se conoce que el consumo de comida chatarra, redes sociales o tóxicos destruyen vida, una importante cantidad de gente sigue haciéndolo?
Las anteriores son preguntas que no tienen una respuesta única y requieren análisis humanos integrales, que incluyan aspectos culturales, simbólicos y están en una dimensión donde no se llega solo con los sistemas de información. Gracias a esos intersticios se necesita la habilidad humana de la investigación, que une las piezas de datos y la coloca sobre un tapete cultural particular.
Por esa complejidad de nuestra naturaleza no todos los pueblos alcanzan el desarrollo; porque en una acción humana confluyen múltiples variables, de ahí que los futuros profesionales deben emplear los nuevos artificios o aplicaciones de inteligencia artificial; y al mismo tiempo, profundizar su análisis crítico y propositivo. No deben desanimarse porque todo está por construirse. (O)