Aquel que es realmente fuerte es capaz de romper una barra de chocolate en cuatro partes… y no comérselas todas inmediatamente. Reí al leer esta frase de Judith Viorst que disfraza de trivial y cómico una verdad poderosa. Y es que la fuerza de voluntad es justamente ese superpoder que urge en el mundo de hoy.
Solíamos admirar algo llamado carácter: el arte de dominar nuestras pasiones para actuar con solidez, constancia, moderación y visión a largo plazo. A nadie se le hubiera ocurrido confiar el liderazgo de su país a un hombre incapaz de controlar algo tan básico como su lengua. En una sociedad de sabios sería considerado una debilidad de carácter “decir cualquier cosa que uno piense”. Y es que la sabiduría, la inteligencia, el carácter, la verdadera valía se reflejan en la determinación con la que uno logra modelar la conducta, controlar los impulsos, sacrificar el placer inmediato a favor de una satisfacción que quizá no arda con tanta intensidad, pero cuya calidez persevere a lo largo de la vida (no solo individual, sino también en la de una nación).
Hoy más que nunca vivimos acosados por tentaciones a las que las pantallas y el ritmo de nuestras vidas nos someten, agotando así nuestras reservas de determinación. El consumo desenfrenado que energiza nuestro voraz sistema necesita ese tipo de persona que no puede resistir y se deja arrastrar por sus impulsos para despertar al día siguiente insatisfecho y con sed de más. Pero todo ser humano inteligente añora la serenidad y fortaleza que trae consigo la práctica diaria de ese poder llamado hoy autorregulación e históricamente voluntad.
En ese famoso experimento de los niños a quienes se ofreció un dulce con la advertencia de que si no se lo comían enseguida recibirían más, la mayoría de infantes que decidieron estratégicamente aplazar la gratificación al crecer demostraron mayor disciplina en el estudio y el trabajo, y en general tuvieron vidas más felices que quienes se entregaron a la seducción. Los científicos han descubierto por ejemplo que los adictos tienen una marcada tendencia a la gratificación instantánea. Para todos los que continuamente nos decepcionamos a nosotros mismos (la peor de las decepciones), rompiendo una y otra vez las promesas hechas ante el espejo (viviré sanamente, concluiré ese proyecto pendiente que agoniza en mis sueños), hay buenas noticias: estudios neurocientíficos concluyen que la fuerza de voluntad es como un músculo: se fortalece entrenándola.
El poder de la voluntad. Redescubriendo la mayor fortaleza humana, del psicólogo Roy Baumeister y el periodista John Tierney, es un análisis científico, divertido, libre de fórmulas banales de superación personal, imprescindible para quien desee empezar el nuevo año sin listas de resoluciones que terminen en remordimientos y desilusiones (de hecho, desaconsejan tales listas: una misión a la vez). Es un libro urgente para nuestra sociedad que ha caído en las garras de vendedores de delirios de grandeza, hombres con carisma y sin carácter que cabalgan sobre perversas ilusiones de poder y “hombría” en un intento (fallido para quien tiene ojos) de enmascarar su debilidad moral. (O)