La rigidez del formato del debate presidencial impidió una confrontación real de ideas, limitando a los candidatos a respuestas preparadas y evitando el diálogo necesario para abordar los problemas del país. A los pocos días del evento, pareciera que el gran ganador ha sido el meme.

Los memes condensan verdades incómodas en una imagen, mensajes que reflejan una posición crítica o incrédula, en este debate, ante representaciones absurdas, propuestas demagógicas y chantajes emocionales simplones.

Esta figura de comunicación, que pareciera ser un invento de las nuevas generaciones digitales, tiene un pasado poético con Nicanor Parra. Y si bien ayer se cumplieron siete años de su muerte, me imagino a este antipoeta despeinado viendo el debate desde algún lugar, soltando a diestra y siniestra sus artefactos literarios para evidenciar lo absurdo del espectáculo.

Parra fue un maestro en revelar la ridiculez de lo solemne y la inutilidad de lo ampuloso. Su antipoesía desnudó las estructuras vacías del lenguaje convencional, transformando lo cotidiano en crítica mordaz. Desafió las reglas de la poesía incluyendo el humor, el prosaísmo y un lenguaje coloquial para que la poesía hable críticamente de sí misma, o resumiéndolo en sus propias palabras: una poesía de mercado.

Hoy quiero usar este espacio para traerlo desde la memoria.

Nicanor Parra, ganador del premio Cervantes y candidato al Nobel, nació en la ciudad de Chillán (Chile) en 1914. Formó parte de una familia de notables artistas que incluye, entre otros, a Violeta Parra, el folklorista Lalo Parra y Ángel, guitarrista del grupo de rock Los Tres.

Siendo profesor de matemáticas, se transformó en uno de los escritores más importantes de América Latina como creador de la antipoesía. “Durante medio siglo, la poesía fue el paraíso del tonto solemne, hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”, escribió.

En 1972 publicó Artefactos, su décimo poemario, una propuesta totalmente vanguardista para la época, que consistió en una caja con 242 postales con frases e ilustraciones, cargadas de ironía y humor cínico, que vendrían a ser un precursor directo de lo que hoy conocemos como los memes.

Parra siguió desarrollando su estilo de artefactos poéticos, plasmándolos en bandejas de comida, tablas de madera, hojas de libretas, grafitis, esculturas e instalaciones, dejando un rico legado conceptual, artístico y de pensamiento crítico.

Leila Guerriero, periodista argentina, lo describió así: “Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento”.

Me tocó verlo un par de veces en recitales masivos en teatros y estaciones de trenes. Fue un adelantado a su tiempo. Murió a los 103 años, dejando una obra que acercó la poesía a los jóvenes y a la calle, alimentando la ruta para un relato conceptual y frontal que esconde un espejo incómodo de nuestra política y sociedad.

Volviendo a recordar el debate, me queda más claro que nunca que, cuando la política abandona su misión de proponer, el humor toma su lugar, convirtiéndose en la última trinchera de la lucidez. (O)