El término policrisis, acuñado por Edgar Morin, describe la compleja situación donde múltiples crisis amplifican cada una y resultan en situaciones difíciles de manejar o resolver. La teoría del manejo de crisis señala que, para enfocarse en solucionar una crisis, las causas y soluciones deben ser claras, pero varias crisis sobreponiéndose llevan a una situación permanente de inestabilidad de los sistemas político, económico e internacional. En otras palabras, deja a los “mandantes” del proceso democrático en una situación de incertidumbre, desconfianza, miedo y con deseo manifiesto de que es necesario un cambio profundo en la estructura de gobernanza.
Según varios analistas, este es el estado de situación global después del COVID-19, que sigue siendo la mayor crisis contemporánea, pues afectó a los 193 países miembros de las Naciones Unidas, pero tuvo la particularidad de presentar una amenaza a la vida de cada uno de nosotros y nuestros seres queridos. Todos conocemos a alguien que fue afectado o que murió por su causa. El COVID no ha desaparecido, como muchos creen, y lo dice alguien que se contagió recientemente. No hemos llegado a entender la gravedad de la situación y parece que hemos descartado la realidad mediante un ejercicio descomunal de disonancia cognoscitiva.
Sumadas a esta crisis global, las guerras no dejaron de ocurrir, la inflación creció a causa del rescate de las economías desarrolladas, el rompimiento de las cadenas de producción destruyó vías de crecimiento económico y desarrollo, el endeudamiento de los países creció a niveles insostenibles, la inequidad en todas las sociedades se agravó, aparecieron la inteligencia artificial y la biología sintética como diferenciadores en el dominio de las nuevas tecnologías, la irrupción de los sistemas de comunicación de las redes sociales dislocó a los medios de comunicación tradicionales y trajo el imperio de las noticias falsas y polarizantes. Estas y otras tantas crisis simultáneas nos llevan a una situación de retroceso democrático y la creciente tendencia al autoritarismo. La desconfianza con los mandatarios se eleva a niveles históricos y las sociedades buscan alternativas de liderazgo para manejar y dar solución a estas complejas realidades que generan un sentimiento de impotencia y cólera.
Esta no es la primera y tampoco será la última policrisis que confrontemos. Las crisis tradicionalmente se manejan para buscar soluciones consensuadas y pragmáticas que lleven a la solución y no al conflicto. Al final, como sostiene Carl von Clausewitz, “las guerras son la continuación de la política por otros medios”.
La política se define como el arte de lo posible, pero ¿será suficiente la solución que se logre cuando hay una creciente expectativa que desborda la realidad? Esa expectativa causa desasosiego, temor y, finalmente, ira y violencia. Los pueblos hoy exigen a sus mandantes soluciones a problemas múltiples que les afectan y que quieren superar para tener certeza, paz, estabilidad y esperanza en el futuro. (O)