Byron Castillo no es colombiano. No tiene cédula de ciudadanía colombiana ni pasaporte colombiano ni ningún documento que lo acredite como tal. Es algo que puede verificarse en cinco minutos en cualquier base de datos de aquel país. Puede haber nacido en Colombia, desde luego. Y puede también que los documentos que ha mostrado la ANFP chilena sean verdaderos: una partida de bautismo, un registro en la Seguridad Social de Colombia. Pero eso no prueba demasiado, en realidad.
El origen de Castillo debemos buscarlo en la pobreza. Su familia pertenece a aquellos grupos móviles que cruzan las fronteras andinas huyendo de la carencia, el hambre, la violencia. Son grupos que, precisamente debido a su precariedad, transitan por estos países con una documentación igual de precaria, a veces inexistente. Gente que sale de un infierno para entrar en otro. En la abrumadora mayoría de los casos, el único capital que poseen es el propio cuerpo. Un cuerpo que es usado de múltiples maneras para sobrevivir en un ambiente minado de hostilidad. El fútbol es uno de esos usos.
Si efectivamente había alguna irregularidad con sus documentos, no debería extrañarnos para nada que algún dirigente deportivo ambicioso haya tocado la puerta de los padres de Castillo y les haya ofrecido algún tipo de promesa, arreglo o regularización de su situación por la vía rápida. Pocos saben realmente lo que pasó allí. Su caso, sin embargo, no es nuevo. Los papeles de Castillo siempre han sido un problema. Por eso, una vez que estaba claro que era un jugador con futuro en la selección ecuatoriana de mayores, se intentó arreglar su confusa documentación como debió hacerse desde un inicio: siguiendo un proceso serio que finalmente le permitió regularizar su situación en el país que había acogido a su familia por casi treinta años (algo que, por lo demás, se ha hecho con los hijos de miles de inmigrantes colombianos pobres que han enfrentado un problema parecido). La discusión debería terminar ahí.
Pero Castillo no es ecuatoriano porque un papel lo determine así. Es ecuatoriano, ante todo, porque ha vivido en Ecuador toda su vida, porque Ecuador es todo lo que conoce, porque se expresa como cualquier muchacho de nuestra costa. Para entendernos: Castillo no es el Kitu Díaz. Castillo no es Sergio Bernabé Vargas. Castillo no es Marcelo Fracchia. Castillo es un jugador que fue formado en Ecuador y ha jugado en todas sus divisiones inferiores. No tengo nada en contra de nacionalizar a cualquier futbolista que quiera hacerlo. Faltaba más. Solo digo que la situación de Castillo es distinta: él nunca ha sido un extranjero.
Dentro de las múltiples irregularidades a las que nos tiene acostumbrados la Federación Ecuatoriana de Fútbol, es imposible negar que en este caso ha actuado bien. Se siguió el trámite correspondiente ante la justicia ecuatoriana y fue entonces, solo entonces, cuando convocaron a Castillo para jugar las eliminatorias. La FEF dice haber consultado a la FIFA antes de inscribirlo.
Desde un principio, el reclamo de Chile sonó a movida oportunista. Pero eso no es lo más grave. En su desmedida ambición por clasificar al mundial, la ANFP chilena ha pedido que la selección ecuatoriana sea eliminada de este y del próximo mundial. Ha hecho también otra solicitud a la vez extrema y cruel: inhabilitar a Castillo de por vida. Es decir, destruir la carrera de un muchacho a cambio de una clasificación a la que Chile entraría por una oscura ventana.
Ante la falta de generosidad y espíritu deportivo, creo que la mejor respuesta es una pregunta: ¿y si mejor nos limitamos a jugar al fútbol? (O)