“Entre las bananas, escondida. En una caja, oscura. Entre el olor dulce de la fruta llegó la araña ecuatoriana a Alemania. La empleada abrió la caja. Se le descosieron los ojos del horror y a gritos alertó a los zombies que a esa hora pululaban por el supermercado. Una enorme araña peluda estiraba sus patas sobre las tersas cáscaras que ya empezaban a iluminarse de amarillo”. Era ecuatoriana la araña errante, ecuatoriana como yo y las bananas entre las que se había camuflado para entrar ilegalmente a Europa. Esta historia real la narré en 2015 y entonces me pareció divertida, una alegoría urgente sobre los lujos del primer mundo que se atraca de banano ecuatoriano mientras mira con horror al migrante que se le cuela en los intersticios de su privilegio.

La historia es cíclica. Como las telenovelas, recicla su formato con distintos actores. Invariable la distribución del poder, el mismo drama en otro disfraz. Ayer en varios supermercados de Berlín, entre las bananas asomó un cargamento de droga que no se recogió a tiempo. La estrella del show es una diva: cocaína. En 2023 solo en Países Bajos se confiscaron 180 t provenientes de Panamá, Colombia y Ecuador, ocultas mayoritariamente en cajas de fruta. Hoy en Europa predomina el ingreso de bananas ecuatorianas con las narices empolvadas, enfiestadas, encocadas no en coco sino en un polvo blanco mucho más costoso.

Mafias europeas contaminan exportaciones bananeras

Reclamo porque supermercado europeo vende el kilogramo de banano de Ecuador y latinoamericano a 0,88 euros, cuando lo mínimo debería ser 1,85 euros

Entre las bananas, escondida. En una caja, oscura. Entre el olor dulce de la fruta arriba desde Ecuador la cocaína, deleite del consumidor europeo. Sería práctico exportarla de manera legal: acumular descaradamente chimborazos de oro aprovechando la debilidad del consumidor privilegiado (¿no es eso lo que hacen algunos empresarios, predar financieramente de cada talón de Aquiles que nos hace vulnerables al consumo inmoderado?). Sería más rentable y pacífico que perder siempre la misma batalla, porque la cocaína termina viajando, con o sin bananas. Nos ahorraríamos tanta violencia y muerte. Salvaríamos a quienes viven sometidos a esa cadena mortal de secreta criminalidad para lograr una cosa de lo más prosaica: exportar un producto codiciado en el mercado internacional. Ya las veo con grandes letreros, tiendas de especialidades ecuatorianas en todo el mundo, oferta tricolor: bananas, cocaína y cebiche (encebollado, chocolate, bolón según la temporada). Seríamos el país más rico del mundo. Pero mientras que nadie le hace ascos a las naciones que venden armas, nosotros literalmente nos dejamos la vida para evitar que los europeos se jalen sus rayas el fin de semana. Luchamos con todo contra las drogas mientras los países consumidores ya van legalizando, como si fuera la cosa más natural del mundo, sustancias que en Ecuador aún se persiguen. Nos teñimos de sangre para potenciar un negocio que ni siquiera está en manos ecuatorianas. ¿A quién conviene la “guerra contra las drogas”? A los narcos, quienes seguirán lucrando de los espacios cada vez más restringidos para mover su producto que gana en exclusividad (y precio). Sus peones terminarán en cárceles distópicas mientras los reyes y reinas de la cocaína seguirán gozando de sus dulces viajes libres de impuestos. (O)