Hace unos días, el Hospital de Ambato fue asaltado para rescatar a una persona privada de libertad. Además de lo triste del hecho, un detalle resalta y provoca reflexión; la presencia de una niña de quince años, que con arma en mano formó parte del asalto y al mismo tiempo fue asesinada por una bala perdida, posiblemente del mismo grupo criminal.

A esa edad, las niñas deberían estar educándose, compartiendo sueños o quizá simplemente descansando en casa. Pero, aquella pequeña con arma en mano compone una imagen pocas veces vista: la de los delincuentes infantiles que son producto de años de abandono de sus familias que deben responsabilizarse por sus vidas y actividades.

El problema de los extremos

Lastimosamente, a pesar de que se agudiza el conflicto social; la reflexión sobre cómo proteger a los niños, las niñas y adolescentes ocupa un espacio marginal o casi inexistente. Y los desinformados políticos quieren tomar el camino más fácil proponiendo bajar la edad de imputabilidad.

Pero, los caminos cortos no siempre son los más adecuados. Los niños, niñas y adolescentes son personas cuyo grado de razonamiento moral no es igual al de un adulto; así lo demostró Lawrence Kolhberg, quien coincidiendo con Piaget comprendió que las habilidades de razonamiento evolucionan paulatinamente.

El perdón: un acto radical

Las personas cambian a través de tres momentos: preconvencional, convencional y posconvencional. En el primer nivel los niños piensan que las reglas las imponen un adulto y el contexto le pide que se obedezca, se entiende que existirá un castigo si eso no sucede. En el segundo nivel (en el que estarían los adolescentes) predomina el deseo de aprobación social. En el tercer nivel están las personas adultas.

Ya que en el segundo nivel el deseo de aprobación social domina; los adolescentes pueden ser presa fácil de caer en círculos que les ofrecen reconocimiento, respeto y fama. Esa característica resulta ser un estímulo excesivamente atractivo que hará caer fácilmente a alguien de quince años en las garras de grupos ilegales.

De ahí que las investigaciones sociales si brindan soluciones. Es necesario que se creen espacios positivos, donde la característica de reconocimiento social atraiga a adolescentes y los motive a realizar acciones constructivas, desafiantes y notorias. Así se entiende la necesidad de que el Estado, la empresa privada y las familias creen opciones para los adolescentes.

Y afirmamos que es principalmente en la familia donde hay que reconocer los logros, aplaudir los esfuerzos y usar los fracasos como mecanismo de aprendizaje. En los barrios se requieren esfuerzos para crear espacios lindos, trascendentes y gentiles donde las adolescentes puedan recibir soporte, estímulo y apoyo para el desarrollo físico, intelectual o artístico; pues a los quince años están ávidas de aventuras y necesitan actividades de descarga de energía.

Si bien no hay recetas y el Estado no puede hacer todo, ahí están las iglesias, los grupos de voluntariado, las empresas y familias que podrían cambiar la historia para que nunca más leamos que una niña de quince años empuñó un arma, en lugar de abrazar un libro de esperanzas. (O)