Todo crimen nos priva de un bien, de pequeñas posesiones, de grandes posesiones, de la vida, y quiere ser reparado por la víctima que anhela la restitución del mismo bien o una compensación equivalente. Hay dos maneras de hacerlo: una, por mano propia, es decir mediante un acto de venganza; otra, por intermedio de la autoridad, no necesariamente estatal, que impone al “mal-hechor” un castigo. Parece obvia la diferencia entre una y otra fórmula, pero en la realidad hay gran cantidad de matices e incluso de formas intermedias. La famosa ley del talión era una venganza refrendada por autoridad. El filósofo Robert Nozick señala como criterios de diferencia entre las dos: que el castigo tiene límites; que la venganza debe ser ejecutada más o menos personalmente por el ofendido; que la venganza busca alguna satisfacción emocional; y que el castigo se puede aplicar en casos similares, pretensión que la venganza no tiene. Estas características también admiten gradaciones y combinaciones. Añadamos que castigo es una palabra emparentada con casto, con el significado de ‘puro’; es decir, un castigo busca ser una purificación, lo que significa que no busca eliminar al culpable, sino redimirlo.
Hemos dicho que la recompensa de la venganza es siempre ceniza. Habría que ahondar en este aspecto, pero la sensación de insatisfacción que produce la venganza satisfecha probablemente se produce porque la reparación es, en realidad, imposible. La ejecución del asesino no nos devuelve al ser amado muerto; el monto del robo puede resarcirse, pero nadie nos quita el mal rato, la ira, el riesgo...; una indemnización, por grande que sea, no hace crecer un miembro mutilado. Lo que es seguro es que esta imposibilidad provoca que la venganza sea ilimitada, nada satisfará al vengativo. Todo desquite siempre parece poco, de allí lo sanguinario y bestial de las venganzas de delitos de sangre.
La venganza está orientada hacia el pasado, busca recuperar lo perdido mediante la retribución, que ya vemos es imposible. Estudios han demostrado que el castigo del delincuente produce sensaciones más satisfactorias entre las víctimas; de todas maneras persiste la sensación de no haber recuperado el bien perdido. Mas, si hacemos un balance de economía ética, encontramos la conveniencia del castigo. El castigo se enfoca en el futuro, intenta prevenir los daños más que resanar sus efectos. Busca el escarmiento, término cuya connotación más frecuente es tratar con rigor a una persona, de tal manera que ese daño lo disuada de volver a dañar al prójimo o a sus bienes. Así actúa a nivel del individuo, pero el escarmiento es también un acto de propaganda. Los miembros de la comunidad en la que se realiza el castigo son disuadidos de incurrir en las mismas faltas por la dureza de la sanciones que conllevan. Esto por una parte, y por otra, las más frecuentes formas de castigo, destierro, cárcel o pena de muerte buscan controlar al criminal contumaz y refractario a rehabilitarse por cualquier causa. Anotemos de paso que la pena de muerte, por razones de otra índole, es éticamente inaceptable, además que su eficacia como castigo ejemplar y previsor no ha sido demostrada. (O)