“Ama y haz lo que quieras”, enseñaba el obispo de Hipona. Este mes la cristiandad y el resto del mundo tocado por el “Amaos los unos a los otros” de Jesús celebran alborozados su nacimiento. Predicó el amor, llamó hipócrita al que veía la paja en el ojo vecino y no la viga en el propio, desafió a los que querían lapidar a la adúltera, a tirar la primera piedra si estaban libres de pecado. ¡Cuánta misericordia necesita la humanidad, manchada por el odio, la intolerancia, el egoísmo, la violencia, empezando por la estructural! Los poderes religioso y político se sintieron amenazados por su obra y su palabra y lo condenaron a muerte. Dio su vida por los demás. La saeta popular española, poetizada por Machado y que aún canta Serrat, dice: “¿Quién me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el nazareno?”.
Porque ha habido y hay quienes se han puesto y ponen los clavos del otro, ofrecen el mayor sacrificio posible que es ofrendar su vida por otro y no solo por sus allegados, amar la propia sangre no es proeza.
Así lo entendieron los seis burgueses de Calais, que inspiraron la escultura de Rodin, quienes, en 1346, para evitar que los habitantes de la ciudad mueran de hambre, se entregaron, humillados, para ser colgados, cediendo a las condiciones impuestas por el rey inglés, que había sitiado a la urbe. La esposa de este los salvó.
Maximiliano Kolbe, el sacerdote polaco que, cuando un prisionero en Auschwitz donde él estaba también internado clamó por su vida ya que con otros nueve habían sido condenados a morir de hambre por los nazis debido a que se había escapado un recluso, tomó su puesto y fue asesinado.
La lista es larga, incluye a los martirizados por querer justicia, como Gandhi o Martin Luther King Jr., que pacíficamente se enfrentaron, el primero al Imperio británico para conseguir la independencia de la India y quien abogó por la reconciliación entre hindúes y musulmanes; y el segundo, contra el racismo y la desigualdad social y económica. Si ambos vivieran, volverían a izar sus banderas porque siguen las llagas.
En la lista están los nombres de luchadores sociales, políticos, sindicales, campesinos, asesinados, torturados, enjuiciados y estigmatizados por su causa. Ahí se hallan nombres menos conocidos, como el de José Chica, mecánico de 21 años, que el 2016 rescató a 28 personas atrapadas por un incendio en una casa en Guayaquil, donde funcionaba un centro de rehabilitación de consumidores de drogas.
¿De dónde nace ese espíritu de darse a su prójimo? Del derrotar al narcisismo, del saber que somos hojas del mismo árbol, dedos de la misma mano, ninguno mejor que otro, con igual dignidad. Que hay que remar por los demás seres humanos, aunque no remen por nosotros.
Los médicos, enfermeras, empleados de farmacias, recolectores de basura, guardianes son el corazón del universo azotado por el COVID-19, que ofrendaron y arriesgaron sus existencias. Mucha solidaridad se requiere para combatir la hambruna y miseria que ya amenazan a cientos de millones de seres humanos. Juntar manos es seguir el ejemplo de Jesús. (O)