La imagen de una Guayaquil bajo el agua no es imposible si se toman en cuenta los efectos del cambio climático que derriten cada día los hielos de los polos y provocan sequías e inundaciones devastadores e impredecibles. Valiéndose de los recursos de la literatura de anticipación, por más de un siglo, varios escritores porteños han especulado sobre cómo sería la urbe en el futuro. Es llamativo –y esto estudia la también cuentista guayaquileña Solange Rodríguez– que la metáfora apocalíptica de que el fin del mundo se acerca sea útil para entender por qué estas ficciones invitan a resistir las crisis sociales y políticas.
“Considero que una idea mítica, extendida entre los habitantes de Guayaquil, consiste en la creencia de que la ciudad será destruida en el futuro, tal como sucedió varias veces luego de su fundación, razón por la cual la actitud de sus habitantes debe ser la resistencia”, apunta Rodríguez en su empeño de analizar tres novelas –Guayaquil: novela fantástica (1901) de Manuel Gallegos Naranjo, Río de sombras (2003) de Jorge Velasco Mackenzie y El libro flotante (2006) de Leonardo Valencia–, en las que los tres autores imaginan a una Guayaquil devastada por el agua, lo que supondría una mirada crítica hacia el porvenir.
En la ficción de Gallegos Naranjo, Guayaquil es la ciudad más civilizada del planeta, aunque será destruida por un cataclismo que la hunde a setenta metros de profundidad. El autor escribe en el contexto de una ciudad precaria sin alumbrado público, ni agua potable ni alcantarillado: “el clima real de Guayaquil a inicios del siglo XX, entre incendios, plagas y caos político, impedía dejar a un lado la sensación de amenaza que existía en el medio”. La corrupción política impide hacer del puerto un bello edén. En la novela de Velasco Mackenzie también afloran los temores frente a un porvenir desconocido, mostrando que Guayaquil se construye y destruye, circularmente.
El personaje ciego Morán tiene visiones fantásticas que proyectan una amenazadora sombra sobre el puerto: “Soñó que una gran marea con olas grandes cubría el malecón, poco a poco las plazas y todo el centro comercial… los transeúntes debían nadar y entraban a los bancos en canoas… los ferrocarriles aparecían flotando fuera de los rieles, cual naves de guerra… la catedral salvaba la ciudad hincando sus dos agujas en el lejano círculo del cielo por donde el agua se escapaba llevándose a mucha gente”. En la novela de Valencia también el agua nos arrasa: “la marea subió y siguió subiendo… dos metros de agua acabaron con nuestra ciudad”.
El libro de Solange Rodríguez, Sumergir la ciudad: apocalipsis y destrucción de Guayaquil (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2019) –lamentablemente, con descuidos de edición–, es un aporte para reflexionar sobre el destino de la ciudad y de nosotros, sus moradores, pues, según la investigadora, “la temática apocalíptica que relaciona en sus fabulaciones el presente, pasado y futuro les permite a los guayaquileños reconocerse como empecinados sobrevivientes y constructores incansables que han sabido enmascarar con arte la decadencia y la crisis, tal como consta desde el discurso de su mito fundacional”.
(O)