Está expuesta en las salas del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo de Guayaquil, MAAC, una pequeña pero reveladora retrospectiva titulada El VAN, memorias del arte, curada por Sara Bermeo con la colaboración de Enrique Tuárez. Son algunas obras de lo que fue el manifiesto del grupo VAN, siglas de Vanguardia Artística Nacional. Este movimiento estuvo compuesto por artistas plásticos como Gilberto Almeida, Oswaldo Moreno, Guillermo Muriel, León Ricaurte, Aníbal Villacís, Luis Molinari, Hugo Cifuentes y Enrique Tábara. El desenvolvimiento de este grupo ocurría a fines de los años sesenta, concretamente en abril de 1968, cuando el grupo VAN propuso una antibienal en respuesta a la bienal de pintura organizada por la Casa de la Cultura, bajo la dirección de Oswaldo Guayasamín. El motivo fue el estancamiento que estos artistas percibían frente a la rigidez e institucionalización que la estética del realismo social había impuesto en su época en el Ecuador. Enrique Tábara (Guayaquil, 1930) había partido hacia Barcelona, con veinticinco años, en 1955, y entró en contacto con artistas como Saura, Cuixart, Joan-Josep Tharrats, Millares, y sobre todo Antoni Tápies. En los años que yo mismo viví en Barcelona me alegraba saber que Tábara fue incluido como un representante del informalismo español dentro de la Escuela de Barcelona. Pintores de la materia, de la gestualidad, que permitieron a Tábara recuperar con imaginación y talento raíces precolombinas que renovaron el panorama artístico ecuatoriano junto al trabajo de los otros miembros de VAN. También hay que destacar la impronta del pintor Luis Molinari (Guayaquil, 1929) que vivió en Buenos Aires entre 1951 y 1960, donde entró en contacto con la pintura de Vasarely, luego en París donde evolucionó hacia el abstracto geométrico, y finalmente se estableció en 1968 en Nueva York durante varios años. Esta exploración y experiencia cosmopolita tanto de Tábara como de Molinari son parte del revulsivo crítico que originó una tendencia pictórica que surgió como respuesta al anquilosamiento del realismo social y a su pretensión de considerarse el único eje artístico en el país, fenómeno que también ocurrió en la literatura y que derivó en las reclamaciones del grupo tzántzico.
Lo explicitó el mismo Tábara:
“Nosotros estábamos convencidos de que debía operarse un cambio en los conceptos artísticos del país. Lo que encontramos fue mucho arte político que ocultaba la mediocridad artística, con la creencia de que el único camino era insistir en el realismo social (…) por nuestra preparación artística veíamos un panorama más amplio (…) sin libertad la creación no existe. Se muere el espíritu, la capacidad de sentir, pensar y actuar desaparece”. Añadió, por supuesto, con una sabiduría propia de quienes no estaban haciendo una simple reacción generacional atropelladamente juvenil: “Algunos maestros que nos precedieron nos señalaron la ruta a seguir”.
Entre estos maestros estaban Rendón Seminario, el mayor de todos, con una última etapa tan alucinatoria como mística, y la enorme Araceli Gilbert, de la que ya he escrito anteriormente. Todavía es necesario reposicionar y dar una centralidad mayor a estos pintores. En su momento fue la aguda crítica Marta Traba la que tomó la delantera en el reconocimiento a Tábara frente a Guayasamín. Sus palabras lúcidas –ella es la mayor crítica de arte latinoamericano del siglo XX– fueron combativas y probablemente son la explicación del poco conocimiento de su obra crítica en el Ecuador, como cuando dijo que “Guayasamín impone el terror y establece una dictadura estética, fuera de la cual no parece posible sobrevivir y que emplea a su servicio, además, la Casa de la Cultura de Quito (…) Lo lamentable de este episodio, bastante fraudulento, es el golpe de muerte que le asesta al indigenismo y el desprestigio en el que cae (…) una corriente que era completamente respetable”. Palabras que inevitablemente avivaron el fuego insustancial y nada riguroso contra ella.
Han pasado esos tiempos y es posible ver cómo evolucionó la pintura ecuatoriana gracias precisamente a esos maestros, escapando de estas dictaduras estéticas politizadas. Hay que seguir replanteando el canon artístico ecuatoriano del pasado siglo XX a partir de esas líneas de apertura. Guayasamín tuvo su grandeza, y es uno de los grandes pintores ecuatorianos, pero a la misma altura están contemporáneos suyos como Araceli Gilbert, Rendón Seminario, Tábara, a quienes se los acusó de cosmopolitismo y de abandono de la realidad ecuatoriana, cuando estaban descubriendo nuevos mundos, imaginarios y muy propios, por encima de los conceptos restringidos de identidad nacional y acción política. Nuevamente Marta Traba, refiriéndose no solo al grupo VAN sino a otros artistas ecuatorianos como Viteri, Maldonado y muchos más de Latinoamérica, advirtió que tenían “una voluntad por trascender el medio circundante, el nativismo chato y contingente (…) el segundo hecho es la capacidad de arrancar a la realidad nacional del subdesarrollo, y trasponerlos a un nivel mágico, o mítico, o puramente imaginativo” y que, por lo mismo, “debe estimarse como una de las corrientes más interesantes surgidas de la resistencia latinoamericana (…) y una seria contrapropuesta, además, que enfrenta las tendencias extranjeras destinadas a avalar un arte lúdico, tanto en el ‘pop’ norteamericano como en el europeo”.
Esta exposición estará abierta hasta el 28 de julio. No se pierdan cuadros como El árbol o La estirpe de Tábara; Ritual precolombiano de Villacís; Caminantes o Morada de palos de Gilberto Almeida, entre otros. Y ojalá esta exposición sea el inicio para un gran reconocimiento a Tábara y a los otros miembros de aquel grupo. A esto añadiría que es necesario un museo propio –o al menos salas permanentes– para Araceli Gilbert, Rendón Seminario y Enrique Tábara, que a sus 89 años sigue pintando en su refugio en el campo. Me disculparán los lectores porque no tengo ningún medio para contactar a nuestro gran pintor: desde estas líneas quiero enviarle mi admiración y mi profundo respeto a Tábara por su gran talento y lúcida visión sobre el arte, que ha iluminado no solo a las nuevas generaciones de pintores, sino a muchos artistas y escritores. (O)
Guayasamín tuvo su grandeza, y es uno de los grandes pintores ecuatorianos, pero a la misma altura están contemporáneos suyos como Araceli Gilbert, Rendón Seminario, Tábara, a quienes se los acusó de cosmopolitismo y de abandono de la realidad ecuatoriana, cuando estaban descubriendo nuevos mundos, imaginarios y muy propios, por encima de los conceptos restringidos de identidad nacional y acción política.