Y éramos jóvenes, y soñábamos, y creíamos, y cantábamos: “Entre tu pueblo y mi pueblo hay un punto y una raya, la raya dice no hay paso, el punto vía cerrada. Caminando por el mundo se ven ríos y montañas, se ven selvas y desiertos pero no puntos y rayas. Porque esas cosas no existen sino que fueron creadas…”.

Porque nunca creímos en las fronteras, porque nos sentíamos ciudadanos del mundo y queríamos construir puentes, no muros; queríamos hacer el amor, no la guerra. Pero el mundo no nos escuchó, muchas de nuestras voces se callaron a bala y todo se volvió raro, triste, gris, negro, petróleo, riqueza, ambición, corrupción.

¿De quién es el negocio de la pobreza, a quién le conviene? Porque si alguien no saca réditos del hambre en Yemen, de las guerras en Oriente y de los migrantes que huyen, el mundo es más perverso de lo que creemos.

Miramos, leemos, escuchamos noticias con total indolencia, vemos el peregrinar de nuestros hermanos centroamericanos y los dejamos avanzar, y ya no somos jóvenes, ni soñamos, ni creemos, pero recordamos que cantábamos: “Tu patria es mi patria, tu problema es mi problema, gente, gente, tu bandera es mi bandera…”.

Ver tanta ingenuidad nos conmueve, ¿cómo alguien puede pensar que en este mundo bastardo la frontera de un país se va a abrir para ellos? Nos duelen los niños, las madres jóvenes, los viejos, que han caminado hacia el norte sin un norte. Tal vez no tienen nada que perder, caminan por hambre, por miedo, por desidia. Caminan hasta llegar a las puertas de un sueño imposible. ¿Quién está detrás de esto, los coyotes? Nuevamente pregunto: ¿De quién es el negocio de la migración, a quién le conviene?

Mientras tanto, al sur los representantes de los veinte países más ricos del mundo se reúnen en una Buenos Aires sitiada. En una ciudad en la que se han decretado tres días de vacación y se ha suspendido el transporte público; en una ciudad llena de barricadas que impiden que los unos vean a los otros. Porque los poderosos y los organismos que les hacen eco se atrincheran, conversan sin ver, sin oler, sin sentir. Porque los pobres son una cifra, un PIB que sube o baja, un riesgo país.

La reunión de los miembros del G20 debió llevarse a cabo en Tijuana, para que el dolor les entrara por los ojos. Pero no, se reúnen en hoteles de lujo donde comen y beben como cardenales mientras hablan de pobreza, migración, violencia. ¿Es que puede haber algo más violento que esas fotos en las que los líderes mundiales, elegantemente trajeados, se dan la mano y sonríen ante las cámaras? ¿Puede?

Y aunque ya no somos jóvenes, ni soñamos, ni creemos, con rabia e impotencia volvemos a cantar, aunque sea bajito: “En una exacta foto del diario, señor ministro del imposible, vi en pleno gozo y en plena euforia, y en plena risa su rostro simple. Seré curioso, señor ministro, ¿de qué se ríe, de qué se ríe? (O)