La semana pasada tuve la oportunidad de participar en un evento organizado en la ciudad de Quito, por parte de una institución privada, con la intención de fomentar el diálogo relacionado con la problemática vinculada con vivienda y la ciudad de nuestros días. Tal evento contó con la presencia de personas vinculadas con la problemática urbana: sociólogos, promotores inmobiliarios, urbanistas, arquitectos. Todos ellos, en gran manera influenciados por los planteamientos que se discutieron en Quito, hace ya dos años, durante el Hábitat III. El paso del tiempo permite ya generar reflexiones sobre lo discutido en aquel encuentro mundial, para poder medir el impacto de aquel encuentro mundial ocurrido en la capital ecuatoriana.
Durante los preparativos del Hábitat III, se dio una discusión interesante sobre cómo introducir el tema del “Derecho a la Ciudad”, dentro de su agenda. Eran los países en vías de desarrollo quienes promovían la inserción de aquel tema; quizás por ser ellos quienes han sufrido un crecimiento descontrolado en sus asentamientos urbanos. En contraparte, los países ya desarrollados cuestionaban validez de aquel tema.
Desde una perspectiva personal, y reflexionando de manera retrospectiva, daría la impresión, que el término “Derecho a la Ciudad” puede ser más contraproducente que beneficioso.
Pretender que todos los problemas sociales se resuelvan exclusivamente a través de la ciudad, significa una grave omisión a las zonas rurales y al relevante papel que juega al sustentar a los millones de personas que habitan los asentamientos urbanos. En la actualidad, los estudios sobre el metabolismo urbano nos han permitido comprender que no existe una ciudad sustentable, si no hay un sector no urbano que provea alimentos y demás recursos naturales.
De igual manera, hablar solo de la ciudad como única vía para atender las necesidades de multitudes puede convertirse en una variable más que pese a favor de la gravedad económica que promueve los desplazamientos a los principales centros de desarrollo económico de la ciudad.
A esta situación del término “Derecho a la Ciudad” como encasillante se le suma una preocupante desconexión entre el “deber ser” de la ciudad y lo que realmente es. Durante la reunión que mencioné al principio de este escrito, muchos de los presentes compartieron su visión de la ciudad como medio para solucionar los problemas de las comunidades urbanas. Quizá lo correcto sea no dejarnos llevar de manera exagerada por el encanto de los utopismos. Definir nuestras aspiraciones urbanas no es suficiente. Eso nos empuja a alejarnos de los problemas –y sobre todo– de cómo lograr soluciones efectivas, vinculadas con la realidad.
Es en la definición de sus problemas que cada ciudad define su situación y su personalidad como ente urbano. Los utopismos urbanos tienden a ser aglutinados en genéricos. Por mucho que amemos a las bicicletas en Copenhague, Quito es un escenario dramáticamente diferente a la capital danesa; y la implementación de su uso debe ser, por ende, acorde al contexto quiteño, y no al danés.
Que soñar no sea una excusa para no resolver nuestros problemas. Que imitar a otros no nos genere problemas peores.(O)