Así que están bravos, bravísimos, un puñete de hombres blancos. Y tienen razón. Las cosas no les van bien, ni aquí en Alemania (donde también marchan “unidos” para sentirse más fuertes) ni en ese país de cuyo nombre no quiero acordarme. Y es que, de verdad, las cosas les van bastante mal. Tan mal que les ha tocado empezar a asesinar a los humanistas que los rechazan. Mal, mal. Han perdido los privilegios de la raza superior. Les han obligado a empezar de cero, a ganarse la vida como Dios manda: con el sudor de la frente.
Y el dios terrestre resultó ser un tipo inmisericorde: trabajas de sol a sol y mueres más de pobreza y soledad que de diabetes. Así te va. Tienes razón de estar bravísimo. Ya solo los desesperados te consideran más bello y listo, “más mejor”, como dice la raza aria cuando habla español. Ya nadie te cede el mejor puesto en las iglesias (y espérate a llegar al cielo). Ya no puedes comprarte esclavos (ni hablar de un Porsche). Y todo porque tus héroes, a quienes todavía admiras, fueron derrotados. Sí, los hicieron papilla en la Guerra Civil. Hace fuuu. Y ahora solo queda bajarse las estatuas de esos losers locales que mandaban azotar a sus esclavos.
Pero el mundo les dio otra oportunidad, en pleno siglo XX al otro lado del charco. Y otra vez: la derrota. Qué papelón les hizo pasar ese varón blanco bravísimo (el del bigotito) que procuró restablecer los derechos de la raza superior, expandiendo sus territorios porque “las vidas blancas cuentan”, porque les hacía falta espacio vital, porque los opresores judíos los empobrecían, los extranjeros les negaban el territorio que por derecho les pertenecía y los rebeldes (comunistas, enfermos, testigos de Jehová, homosexuales) se resistían a someterse al programa oficial. Qué final de papelón. Ni quinientos años bastarían para superar la vergüenza, el resentimiento. Y eso que fue todo por un sueño. El Fuehrer, un idealista.
Qué tal si hubieras asistido a unas clases serias de historia y te hubieran explicado que desde siempre hubo gente que se aprovechó de tu confusión, tu infelicidad, tu ira para ganarte como adepto y utilizarte, para llenarte la boca de consignas, para obtener poder, segregar, dividir. Dominar.
Aunque sea no marchen con antorchas, por favor, sino todo el mundo va a identificarlos como los más malos de Hollywood. Peor: los miraremos con cara de superioridad, de bondad. Nos daremos el gusto de llamarlos “racistas”. Qué feo. Que hasta la gente que secretamente siente que ser blanquito es un poco más bonito que ser negrito, que hasta gente que ni bien lee “un barco chino” se pone a gritar “¡ay los chinos de m!”, hasta gente que dice “esos venezolanos, colombianos, cubanos de m”, que hasta esa gente te llame “racista” y se crea mejor que tú… ay, no, qué vergüenza.
Es una simple cuestión de cambiar de perspectiva. Mira si alguien te hubiera contado otra historia, si no te hubieran convencido de que tu falta de oportunidades, tu frustración, tu ira, tu desempleo, tu infelicidad y la de los tuyos no son culpa de los negros ni de los judíos ni de los extranjeros vecinos… Qué tal si hubieras asistido a unas clases serias de historia y te hubieran explicado que desde siempre hubo gente que se aprovechó de tu confusión, tu infelicidad, tu ira para ganarte como adepto y utilizarte, para llenarte la boca de consignas, para obtener poder, segregar, dividir. Dominar. Te están esclavizando, cual “negro”, te advierto.
Todo está en la mirada: si hubieras tenido la oportunidad de jugar y reír con niños de colores que no fueran pálidos y ojerosos, hubieras conocido la solidaridad. Porque a la final será un grupo de inversionistas sin escrúpulos quienes se saldrán con la suya. Te subirán el arriendo, te obligarán a vivir donde no vivan más que ratas y cucarachas. Se cebarán contigo, harán de tu salud su mina de oro, perpetuarán un sistema injusto que privilegia sus intereses mientras que tú, convencido de que los culpables son los que tienen la piel de color, los que hablan otras lenguas, seguirás enfrentándote al enemigo equivocado. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que terminarás enterrado en la misma tierra, descompuesto por los mismos gusanos que toda esa gentuza a la que tanto desprecias. Alimentando el mismo árbol.
Tú sigue luchando contra ese enemigo imaginario y verás cómo terminarás agonizando en una casa de la que te sacarán a patadas para construir allí edificios de lujo. Te pondrán de patitas en la calle y no habrá quién te salve, ni tu vecino negro porque ya le caes mal. Que no ha sido culpa de los negros ni de los mexicanos… la de cosas que uno se viene a enterar al final de su vida. Te pasaste la vida luchando contra el enemigo equivocado. Odiando. Ahora que ya no tienes nada que perder, confiesa, ¿a quién odiabas? Ahora que ha cambiado el chivo expiatorio de turno, ¿quién era tu verdadero enemigo? Hay un espejo al fondo del pasillo. (O)