A mí me parece muy bien que el saliente haya firmado ese decreto por medio del cual ordena que le cuiden y le protejan unos escoltas cuando haya dejado el cargo, cosa que ocurrirá, ¡ay!, en pocos días más, para dolor de quienes quedaremos en total estado de indefensión, de desprotección, de orfandad. Como el saliente repite con tenaz obstinación ¡cómo le vamos a extrañar los sufridores!

Ya lloro de solo imaginar qué nos vamos a hacer sin las tan esperadas sabatinas, sin su voz cantarina que se proyecta desde cualquier tarima en que se trepa, sin sus palabras sabias que tanto nos suben el ego al saber que tenemos las mejores carreteras del mundo, los mejores aeropuertos, los premios nobeles al mejor hornado, las mejores refinerías no solo del Pacífico sino también del Atlántico, y hasta del Índico; los mejores prófugos, la mejor prensa corrupta, pero, sobre todo, tenemos el mejor presidente, el más humilde, el mejor economista, el mejor ciclista, el mejor matemático, el mejor maestro, el mejor boy scout, el más honoris causa, el más sabio conferencista que habla en todos los idiomas, el mejor dictador de sentencias, el mejor dictador de leyes y el mejor dictador de nuestra historia.

Tal vez, en lugar de ordenar que le cuiden, era de que él mismo se ordene que se quede en el poder un tiempo más, hasta que nosotros vayamos poco a poco asimilando el shock que nos durará los próximos trescientos años, más o menos. ¡Qué horrible lo que nos espera!

De solo imaginar que se va, se nos inflaman los nervios ciáticos, francamente. ¿Cómo va a vivir solito allá, tan lejos? Y, encima, en un departamento que después ni siquiera ha de poder dejar hecho museo como el que deja aquí, porque los belgas no han de entender porqué quiere exhibir allí las vajillas que usó, las medias que se puso, la ropa interior que se sacó, los shores de boy scout que ya no le cierran y las camisas étnicas de invierno que sí le cierran y, como son de lana, le pican y le enervan.

Entonces, ante esas circunstancias de lejanía, ¿cómo no va a haber ordenado que un grupo de guardaespaldas vaya, le cuide y le acompañe? Pero, sobre todo, calme las angustias frenéticas que le han de atormentar al no tener a quién mandar a la casa de belga, que será la suya propia. ¡Qué furioso que se ha de poner! ¡Qué intemperante! ¡Qué locuaz de la cabeza!

Chuta, ¡pobres los guardaespaldas! Ya me dio pena de que tengan que soportarle las 24 horas del día y las 24 de la noche, solitos, tratando de interpretar sus alaridos, sus manotazos, sus rompidas de los periódicos, sus sobresaltados despertares a la madrugada para, abriéndose la camisa de la pijama e incorporándose sudoroso en su lecho, gritar “¡mátenme, mátenme!, porque prefiero la muerte antes que perder la vida”.

¿Cómo tendrán que tratarle los guardaespaldas? Ah, qué bruto, los guardaespaldas no han de ser los responsables de tratarle sino el médico, que le ha de tratar con Valium. Ya entendí.

Bueno, ojalá los escoltas cumplan a cabalidad su papel y el Correa sea generoso y les dé a ellos también el Valium para que así todos estemos tranquilos, porque los sufridores que nos quedamos huérfanos nos hemos de apaciguar con el licenciado Lenín, que es lo más parecido que hay a un sedante fortísimo, tipo somnífero. (O)