El pasado 9 de julio se cumplieron cinco años del asesinato del Indio Gasparino como se bautizó a comienzos de su carrera Facundo Cabral; cantautor, filósofo, poeta, y escritor argentino, un juglar y nómada incansable que supo cautivar al mundo con sus historias hechas canciones, cargadas de una ingeniosa y sensible estética. Los conflictos sociales, el amor, la ironía, el optimismo y un vasto sentido del humor eran parte constante de su obra, una amplia producción discográfica y literaria.
De origen humilde, creció en la calle y desde temprana edad se enfrentó a la muerte de sus seres queridos, aprendió a leer y escribir a los 14 años, se acercó a la música desde el folklore, siendo sus ídolos Atahualpa Yupanqui y José Larralde, influenciado en materia filosófica y espiritual por Ghandi, Jesús, Teresa de Calcuta, entre otros, en literatura por Borges cuyo análisis y creatividad lo conmovía, por Krishnamurti que le significaba la inteligencia activa, devoto de Octavio Paz y Whitman a quien decía amar hasta el plagio. Un personaje controversial que se construyó a sí mismo, afirmaba “Me declaro anarquista y creo en Dios”.
La dictadura argentina de 1976 lo obligó al exilio, radicándose en México durante ocho años, para ese tiempo ya era reconocido como un cantautor de protesta, pues su compromiso con la justicia social, su crítica al sistema económico imperante y su insistente llamado a la reflexión y a la convivencia pacífica no fueron del agrado de quienes ejercían el terrorismo de Estado en aquella época.
Su vida fue atípica, siempre decía que “tener menos era tenerse más”, por eso no tuvo tarjetas de crédito, ni propiedades, no acumuló objetos materiales, decía que si no consumes eres más libre, se consideraba un hombre solitario y pensaba que la felicidad segura es gozar la creación de Dios y cuidarla para el que vendrá. No arruinar a la naturaleza que es nuestra madre, para disfrute de las próximas generaciones.
Se consideraba fervientemente cristiano, pero no creía en religiones ni en sectas “porque nos cargan de culpas y dividen al mundo” decía, ni en partidos mucho menos en los políticos, pensaba que “si existe un político y un líder es porque la multitud no se ocupa de sí misma, a mí no me hacen falta”. Le gustaba el buen fútbol, disfrutaba del juego, sin importarle el resultado.
Irónicamente, el Mensajero mundial de la paz, como lo declaró la Unesco en 1996, murió en Guatemala en medio de una balacera provocada por un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, cuando una bala apagó la vida del poeta por error. Pero su mensaje de paz se convirtió en semilla y hoy cobra mayor sentido: “Que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas, el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso, una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye existen millones de caricias que construyen la vida”.
Recordar a Facundo en la actualidad de nuestro mundo convulsionado por sucesivas matanzas por intolerancia religiosa, racismo, homofobia, donde pareciera que la violencia, el odio y las armas le ganan terreno al luminoso misterio de la vida, se vuelve un aliciente, un estímulo para ver la luz detrás de las sombras, una voz reflexiva que invita a armonizar las diferencias y a ser mejores personas. Cabral creía que el amor puede vencer el dolor y la miseria y que para vivir mejor hay que ser mejor.
Se cumplen cinco años sin Facundo, pero el mejor homenaje a este aventurero es el ejercicio consciente y cotidiano de amar la vida: “Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor”. (O)