El diario The Washington Post publicó un artículo la semana pasada acerca de aproximadamente 200 generales y almirantes retirados que le enviaron una carta al Congreso “exhortando a los legisladores a que rechacen el acuerdo nuclear de Irán, del cual afirman que amenaza la seguridad nacional”. Existen argumentos legítimos a favor y en contra de este trato, pero hubo un argumento expresado en este artículo que fue tan peligrosamente obstinado en el error con respecto a las verdaderas amenazas a Estados Unidos provenientes de Oriente Medio, que necesita decirse en voz alta.
Ese argumento fue del teniente general Thomas McInerney, el exvicecomandante retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Europa, quien dijo del acuerdo nuclear: “Lo que no me gusta de esto es que el principal grupo de radicales islámicos en el mundo es el de los iraníes. Ellos son proveedores de islam radical a lo largo de la región y a lo largo del mundo. Y nosotros vamos a permitirles obtener armas nucleares”.
Lo siento, general, pero el título de mayores “proveedores de islam radical” no pertenece a los iraníes. Ni siquiera se acerca. Ese pertenece a Arabia Saudí, nuestro aliado putativo.
Cuando se trata de la participación de Irán en terrorismo, no me hago ilusiones: cubrí personalmente los bombazos suicidas de 1983 de la Embajada de Estados Unidos y las barracas de los marines de Estados Unidos en Beirut, ambos de los cuales fueron obra de la pata de gato de Irán, Hizbulá. Sin embargo, el terrorismo de Irán –en relación con Estados Unidos– siempre ha sido de variedad geopolítica: guerra por otros medios para expulsar a Estados Unidos de la región y, así, Irán pueda dominarla, no nosotros.
Apoyo el trato nuclear de Irán porque reduce las probabilidades de que Irán construya una bomba durante 15 años y crea la posibilidad de que el régimen radical de Irán pueda ser moderado a través de mayor integración con el mundo.
Pero si usted cree que Irán es la única fuente de complicaciones en Oriente Medio, debe haberse quedado dormido hasta el 11 de septiembre, cuando 15 de los 19 terroristas vinieron de Arabia Saudí. Nada ha sido más corrosivo para la estabilidad y modernización del mundo árabe, y el mundo musulmán en general, que los miles y miles de millones de dólares que los saudíes han invertido desde los años 70 para borrar el pluralismo del islam –las versiones sufí, suní y chií moderadas– e imponer en su sitio el tipo de versión puritana, contraria a la modernidad, a la mujer y a Occidente, así como contraria al pluralismo, del wahabismo salafista promovida por la cúpula religiosa de Arabia Saudí.
No es coincidencia alguna que varios miles de saudíes se hayan sumado al Estado Islámico u organizaciones de caridad árabes del golfo Pérsico hayan enviado donaciones al grupo Estado Islámico. Se debe a que todos estos grupos de suníes yihadistas –Estado Islámico, Al Qaeda, el Frente Nusra– son el retoño ideológico del wahabismo inyectado por Arabia Saudí en mezquitas y madrazas desde Marruecos, pasando por Pakistán, hasta Indonesia.
Y nosotros, Estados Unidos, nunca les hemos hecho notar eso… porque somos adictos a su petróleo, y los adictos nunca les dicen la verdad a sus vendedores de droga.
“Evitemos la hipérbole cuando describamos a un enemigo o potencial enemigo como la mayor fuente de inestabilidad”, dijo Husain Haqqani, el exembajador paquistaní ante Washington, quien es experto en islam por el Instituto Hudson.
“Es una simplificación excesiva”, dijo. “Si bien Irán ha sido una fuente de terrorismo al apoyar a grupos como Hizbulá, muchos aliados estadounidenses han sido una fuente de terrorismo al apoyar ideología wahabita, que esencialmente destruyó el pluralismo que surgió en el islam desde el siglo XIV, yendo de islam bektashi en Albania, que cree en vivir con otras religiones, al islam sufí y chií.
“En las últimas décadas se ha registrado un intento por homogeneizar al islam”, alegando que “solo hay una senda legítima a Dios”, dijo Haqqani. Y cuando solamente hay una senda legítima, “todos los demás están expuestos a ser asesinados. Esa ha sido por sí sola la idea más peligrosa que ha surgido en el mundo musulmán, y surgió de Arabia Saudí y ha sido acogida por otros, incluido el gobierno en Pakistán”.
Consideremos este artículo publicado el 16 de julio de 2014 en el Times, de Beirut: “A lo largo de las décadas, Arabia Saudí ha inyectado miles de millones de sus dólares del petróleo en organizaciones islámicas afines por todo el mundo, practicando discretamente la diplomacia de chequera para lograr el progreso de su agenda. Sin embargo, una reserva de miles de documentos saudíes, divulgada hace poco por WikiLeaks, revela en detalle sorprendente cómo el objetivo del gobierno en años recientes no era solo difundir su estricta versión de islam suní –aunque esa era una de las prioridades– sino también socavar a su principal adversario: el Irán chií”.
O consideremos este informe del 5 de diciembre de 2010, publicado en BBC.com: “La secretaria de Estado, Hillary Clinton, advirtió el año pasado, en un memo confidencial que se filtró, que donadores en Arabia Saudí eran ‘la fuente más considerable de fondos para grupos de terroristas suníes en todo el mundo’. Ella dijo que era ‘un desafío en marcha’ convencer a funcionarios saudíes de tratar ese tipo de actividad como una prioridad estratégica. Entre los grupos financiados están Al Qaeda, el talibán y Lashkar-e-Taiba, agregó”.
Arabia Saudí ha sido un aliado de Estados Unidos con respecto a muchos temas y hay moderados allá que detestan a sus autoridades religiosas. Sin embargo, persiste el hecho de que la exportación del puritano islam wahabita por parte de Arabia Saudí ha sido una de las peores cosas que le ha ocurrido al pluralismo musulmán y árabe –pluralismo de pensamiento religioso, de género y educativo– en el último siglo.
La ambición nuclear de Irán es una amenaza real; es preciso acorralarla. Sin embargo, no creamos las tonterías en el sentido de que es la única fuente de inestabilidad en esta región.
© 2015 New York Times
News Service. (O)