Hay tres cosas en la vida que no debemos de hacer de manera ambivalente: casarse, comprar una casa e ir a la guerra. ¡Ay!, estamos a punto de cometer la tercera. ¿Debemos de ir a la guerra?

El presidente Barack Obama claramente tomó con profunda ambivalencia la decisión de encabezar la coalición para degradar y destruir al Estado Islámico. ¿Cómo podría haber sido de otro modo? Nuestro poder de permanecer es ambiguo, nuestro enemigo es bárbaro, nuestros aliados regionales son engañosos, nuestros aliados europeos son inútiles y los iraquíes y sirios que estamos tratando de ayudar son facciosos. No hay una sola persona honesta entre todos ellos.

Además de eso, es como el desembarco de Normandía.

Veamos el caso de Arabia Saudita. Va a ayudar a entrenar a los soldados del Ejército Sirio Libre, pero al mismo tiempo es una de las principales fuentes de voluntarios yihadistas en Siria. Y, de acuerdo con un estudio secreto del 2009 firmado por la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, y divulgado por WikiLeaks, “los donadores privados de Arabia Saudita constituyen la fuente de financiamiento más importante para los grupos sunnitas terroristas en todo el mundo”.

Turquía permitió que yihadistas extranjeros entraran y salieran de Siria y ha sido un mercado importante del petróleo que el Estado Islámico saca de contrabando de Irak para obtener efectivo. Irán fabricó los penetradores explosivos que las milicias chiitas iraquíes usaron para sacar a Estados Unidos de Irak. Asimismo, Teherán animó a los líderes chiitas de Irak a despojar a los sunnitas de tanto poder y dinero como fuera posible, lo cual fue uno de los factores de la contrarrevuelta sunnita del Estado Islámico. El presidente de Siria, Bashar al Asad, deliberadamente permitió el surgimiento del Estado Islámico para poder mostrarle al mundo que él no es el único asesino masivo en Siria. Y Catar está del lado de Estados Unidos los lunes, miércoles y viernes, y en su contra los martes y jueves. Por fortuna, descansa los fines de semana.

Entre tanto, acá en casa, Obama sabe que los miembros de su propio partido y el Partido Republicano que lo están exhortando a bombardear al Estado Islámico serán los primeros en salir corriendo si las cosas se atoran, salen mal o si accidentalmente bombardean un jardín de niños.

Entonces, ¿por qué el presidente decidió seguir adelante con este plan? Es una combinación de preocupación geoestratégica legítima –si los yihadistas del Estado Islámico consolidan su poder en el corazón de Irak y Siria, serían una amenaza para los oasis de decencia como el Kurdistán, Jordania y Líbano, y algún día podrían tener la capacidad de dañar más directamente a Occidente– y de las encuestas de opinión. Es evidente que Obama se siente obligado a hacerlo por el súbito cambio en la opinión pública a raíz de la decapitación de dos periodistas estadounidenses, llevada a cabo por el Estado Islámico, que tuvo la terrible ocurrencia de grabarla y publicarla en línea.

Muy bien pero, dado el elenco, ¿hay alguna forma de que termine bien el plan de Obama? Solo si Estados Unidos es en extremo disciplinado y decidido respecto de cómo usar su poder, cuándo y en favor de quién.

Antes de reforzar la campaña de bombardeos contra los yihadistas, Estados Unidos necesita tener muy claro a nombre de quién va a pelear. El Estado Islámico no surgió de la nada o por accidente. Es el hijo bastardo de dos guerras civiles en las que resultaron aplastados los sunnitas. Una es la terrible guerra civil en Siria, en la que el régimen alauita, con el respaldo de Irán, ha matado a unas 200.000 personas, muchas de ellas sunnitas, con armas químicas y bombas de barril. Y la otra es la guerra civil iraquí, en la que el gobierno chiita del primer ministro, Nouri al Maliki, también con el respaldo de Irán, ha despojado sistemáticamente a los sunnitas de Irak de su poder y recursos.

No habrá estabilidad autosustentable a menos que se ponga fin a esas guerras civiles y se echen las bases de un gobierno y una ciudadanía decentes. Solo los árabes y musulmanes pueden lograrlo poniéndoles fin a sus guerras sectarias y a sus rencillas tribales. No dejamos de decir que el problema es el “entrenamiento” cuando que en realidad es la gobernación. Se gastaron miles de millones de dólares entrenando a soldados iraquíes que, a la hora de la verdad, huyeron ante el avance del Estado Islámico. Y huyeron no solo por falta de entrenamiento, sino porque sabían que sus oficiales eran una soldadesca nombrada no por sus méritos y que no valía la pena luchar por el corrupto gobierno de Al Maliki. En todas esas primaveras, siempre subestimamos el hambre que tienen los árabes de una gobernación limpia y decente.

No olvidemos, empero, que esta es una guerra de dos frentes. El Estado Islámico es el enemigo externo, y el sectarismo y la corrupción en Irak y Siria son el enemigo interno. Podemos y debemos ayudar a restarle poder al primero, pero solo si los iraquíes y sirios, sunnitas y chiitas por igual, realmente atacan al segundo. Si los bombardeos reforzados de Estados Unidos en Irak y Siria se adelantan a la reconciliación, los estadounidenses serán parte de la historia y el blanco. Y eso es exactamente lo que está esperando el Estado Islámico.

El Estado Islámico pierde si nuestros aliados moderados árabe-musulmanes pueden unirse y hacer de esta una guerra civil dentro del islam; una guerra civil en la que Estados Unidos sea la fuerza aérea de los sunnitas y chiitas decentes en contra de los bárbaros. El Estado Islámico gana si puede hacer que esta sea la guerra de Estados Unidos contra el islam sunnita; una guerra en la que Estados Unidos sea la fuerza aérea de los chiitas y alauitas en contra de los sunnitas de Irak y Siria. El Estado Islámico usará todo su poder en Facebook y Twitter para presentarla de ese modo y atraer más reclutas.

Insistimos en que esta historia es cosa de nosotros, de Obama y de lo que hagamos. Pero no se trata de nosotros. Es cuestión de ellos y de lo que ellos quieren ser. Es cuestión de una región diversa que carece de pluralismo y necesita aprender a coexistir. Estamos en el siglo XXI. Ya es hora de que aprenda.

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