Sobre la espuma del capuchino se dibuja —sutilmente— una cara de gato y el aroma del café se dispersa por doquier. Afuera, la calle esta mojada. La lluvia de mediados de octubre se precipita soberbia sobre los tejados del centro norte de Quito, procurando esa sensación, que para algunos, es mágica, aunque para otros —los pesimistas— es una tarde triste.