Ariel tenía 4 años, cuando asistió a una caminata escolar con sus compañeros. Mientras avanzaban, los gritos del pequeño alarmaron a la maestra. Se quejaba de mucho dolor en sus pequeñas piernas, que estaban irreconocibles por su hinchazón. “Sus pantorrillas eran similares a las de un jugador de fútbol”, recuerda su padre, Edwin Gavilanes, quien lo trasladó de emergencia a un hospital. Lo trataron con calmantes, pero horas después se complicó su condición de salud.