Ubicado en el parque El Ejido, en el corazón de Quito, el Arco de la Circasiana es uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Aunque inicialmente fue concebido como una puerta de entrada a una propiedad privada, hoy en día se erige como un símbolo del pasado y presente de la capital ecuatoriana.
Este monumento no solo destaca por su impresionante arquitectura, sino también por su fascinante historia, marcada por dos reubicaciones completas que lo han convertido en un ícono de conservación patrimonial.
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El Arco de la Circasiana fue comisionado por Jacinto Jijón y Caamaño, un destacado arqueólogo, político del Partido Conservador y el primer alcalde moderno de Quito, quien ocupó el cargo entre 1946 y 1948.
Jijón y Caamaño, quien también era el padre del II conde de Casa Jijón, decidió embellecer la quinta de su familia con una imponente puerta de ingreso que marcaría el acceso a la propiedad desde la avenida 10 de Agosto y Colón, en donde actualmente se encuentra el Palacio de la Circasiana.
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Para levantar esta obra contrató al escultor ibarreño Luis Antonio Mideros, conocido por sus trabajos en diversos templos y por sus conexiones con la aristocracia quiteña.
Héctor López, investigador histórico, señaló que la construcción del arco comenzó alrededor de 1935, como parte de una serie de mejoras que Jijón y Caamaño ordenó en la quinta. Estas transformaciones convirtieron la casa original de sus padres en un palacio digno de su estirpe.
El arco, terminado alrededor de 1940, estaba revestido en piedra andesita oscura en su parte frontal, mientras que la parte posterior permaneció de ladrillo.
Con el paso del tiempo, el mantenimiento del palacio se volvió demasiado costoso para la familia Jijón, lo que la llevó a considerar la venta de la propiedad al Municipio de Quito.
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Fue durante la década de 1970 cuando la gran puerta de ingreso, afectada por las ampliaciones de las avenidas 10 de Agosto y Colón, fue donada al Municipio.
En este proceso se intentó desarmar la estructura para facilitar su traslado al parque El Ejido, pero se descubrió que la puerta era un solo bloque de cemento en su interior, lo que imposibilitaba su desmantelamiento.
Ante esta situación, el Municipio optó por trasladar el arco entero sobre un vehículo especializado. El monumento fue reubicado en la confluencia de las avenidas Patria y Amazonas, donde se convirtió en un elemento central del rediseño urbanístico de la zona.
Para hacerla más simétrica y estética, se revistió el lado posterior de piedra, igualando así su apariencia con la parte frontal, tal como se mantiene hasta la actualidad.
En el año 2000, el Arco de la Circasiana fue reubicado nuevamente, esta vez dentro del mismo parque El Ejido.
La razón detrás de este segundo movimiento fue la creación de una gran plaza que permitiera apreciar el monumento en todo su esplendor, mejorando también el flujo vehicular en la intersección aledaña.
Lo particular de esta reubicación fue que se realizó sin desmontar el arco; todo el monumento fue acarreado en una sola pieza para evitar el desgaste de sus elementos constructivos.
Esta operación, compleja y precisa, tomó un tiempo considerable. Los ciudadanos recuerdan que era un movimiento milimétrico, que solo con el paso de los días era evidente.
Según el sitio Los Ladrillos de Quito, el Arco de la Circasiana es una obra que refleja la corriente arquitectónica del neoclasicismo, con ciertos tintes de modernismo en sus detalles escultóricos.
Mide 8 metros de altura, 9 metros de largo y 3,5 metros de profundidad, con un peso total de 30 toneladas. Su estructura interna está compuesta de hierro y cemento, mientras que el exterior está revestido en piedra andesita oscura.
El diseño incluye un arco central de medio punto y dos arcos más pequeños en las fachadas laterales, todos ellos sostenidos por columnas rectangulares.
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Uno de los elementos más destacados del arco es su friso, conocido popularmente como “la despedida de los centauros”. Este friso, que adorna la parte superior del monumento, está inspirado en las escenas talladas en el friso del templo de Atenea, en el Partenón, y representa la mítica batalla entre los centauros y los lapitas.
El Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) ha reconocido la importancia del Arco de la Circasiana como parte del patrimonio cultural de Quito. Este monumento, como muchos otros en la ciudad, está expuesto a diversos factores de deterioro, como la contaminación atmosférica, el vandalismo y el paso del tiempo.
Actualmente, el IMP ha implementado un programa de mantenimiento y restauración de más de una docena de bienes patrimoniales en el centro histórico y áreas circundantes, con una inversión cercana a los $ 100.000.
Los trabajos de conservación incluyen la limpieza de suciedad, la reparación de fisuras y agrietamientos, la eliminación de grafitis y la restauración de las capas protectoras de los metales.
Aunque estos trabajos puedan causar algunas molestias a los ciudadanos y visitantes, su objetivo principal es preservar estos monumentos como testigos de la historia e identidad de Quito, por lo que pidieron comprensión.
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El Arco de la Circasiana, también conocido coloquialmente como “la puerta”, ha sobrevivido a casi un siglo de cambios urbanos, dos reubicaciones y el inevitable paso del tiempo.
Hoy en día se alza en el parque El Ejido como un recordatorio de la riqueza histórica de Quito y la importancia de preservar su patrimonio.
En cada una de sus dos reubicaciones, el arco ha demostrado ser mucho más que una estructura de piedra y cemento; es un testigo silencioso de la evolución de Quito, desde sus días como una ciudad colonial hasta su presente como una urbe moderna y vibrante.
Los usuarios del Metro de Quito que ingresan o llegan a la estación Ejido pasan por este gigante de color gris que sin duda alguna atrae la mirada de todos, por su imponencia y detalle. (I)