En plena línea fronteriza, rumbo al norte, el puente internacional sobre el río Mataje no va a ningún lado. Bajo el letrero con fondo azul que dice “Bienvenidos a la República de Colombia” termina abruptamente el asfalto y empieza la montaña colombiana. La bienvenida más bien la da una loma caliente, de vegetación selvática, que a pocos minutos de caminata tierra adentro se funde con plantaciones de coca y territorios dominados por una docena de bandas de delincuentes y disidentes de las FARC al servicio de narcotraficantes.