La madrugada del 30 de diciembre de 1916 fue asesinado en San Petersburgo, entonces capital rusa, Gregorio Rasputín, monje favorito de la corte zarista. Primero le dieron arsénico, en vino y pasteles, para matar a varios hombres, pero apenas se inmutó. Luego le dispararon al corazón, y si bien desfalleció, mientras los complotados discutían qué hacer con su cuerpo, resucitó e intentó escapar; entonces, lo remataron con cuatro tiros. Para ocultar el crimen político, lo amarraron y tiraron a un gélido canal del río Neva. La paradoja es que cuando lo encontraron luego de un par de días, practicándole la autopsia del rigor, resultó que había muerto ahogado y de hipotermia.