A la fecha, Ecuador Dice No Más ha desarrollado 35 programas educativos para sobrevivientes de abuso sexual y para prevención enfocada a estudiantes niños y adolescentes (uno de ellos es Guardianes, que tiene también un capítulo para la niñez con discapacidad).
Guardianes tiene una versión institucional, auspiciada, y otra particular, que es pagada. Esta última consiste en seis sesiones en línea ($ 150), alojadas en la universidad virtual de Ecuador Dice No Más.
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“Tienes varios ejes”, dice la directora Paola Andrade. “El primero es entender cómo la crianza determina que un niño sea abusado o no. El segundo es minimizar los riesgos en el entorno: la casa, la escuela, las instituciones deportivas, cualquier lugar donde haya niños”.
El estudio Ocultos a plena luz, comparte la activista, muestra que los abusos suceden en los lugares donde los niños deberían estar seguros. “Primero, el cuarto del niño o el del agresor; de allí, la escuela, la sacristía, el centro educativo o deportivo, la casa de un pariente”.
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Por eso los adultos deben aprender a hablar con los niños sobre autoprotección. “Aquí entra, por ejemplo, nuestro cuento en braille”. También se aprende a reconocer a los agresores sexuales, para no terminar contratándolos en la escuela o invitándolos a casa. “Les enseñamos cómo salir con el niño de la burbuja protectora del hogar”. Y a tener una conversación que Andrade llama “de hombres a hombres”, es decir, que padres y adolescentes puedan hablar de temas como pornografía.
“¿Por qué? Porque la mayoría de los padres consumen pornografía. El padre tiene que entender que ha de cambiar los hábitos que no son correctos para poder educar a sus hijos”. Estas bases también se dan en el programa Guardianes Institucional (auspiciado por Papelesa para instituciones educativas de escasos recursos).
Ecuador Dice No Más nació enfocado en los sobrevivientes, adultos, jóvenes y niños. “Este año damos prioridad a la niñez con discapacidad, adaptamos las herramientas a braille, las imprimimos”. También tienen material para menores con discapacidad intelectual, cuyo piloto hicieron con la asesoría de Fasinarm.
Una de las principales estrategias está en el cuento que Andrade escribió en la pandemia, Aprendí a decir no (disponible en Amazon para Kindle). En el caso de un niño con discapacidad, descubrió, no es beneficioso leer la historia en una sola sesión, sino dividirla en cinco partes, durante cinco semanas. Para niños con discapacidad auditiva, buscaron a una especialista en lenguaje de señas.
“Todos los entornos son violentos en Ecuador”
Los resultados de los años de investigación que llevan los directores de Ecuador Dice No Más, Paola Andrade y Ricardo Vélez, se notan en todos sus productos. De ahí se desprende que en países como el nuestro existe violencia en casi cualquier sitio donde hay niños.
“Las personas pueden decir: ‘En mi casa no pasa nada’, pero hay gritos o (complete la frase): ‘La letra con sangre…’. (Los hoy adultos) fuimos golpeados, fuimos gritados, era parte de la educación, y si no eras violentado en casa, te pegaban en la escuela”. La violencia es vista como un estilo de crianza, y de esto es muy difícil salir.
La conversación con Andrade desbloquea un recuerdo escolar,cuando la amenaza para los niños que se portaban mal era encerrarlos en un cuarto oscuro. ¿De verdad existía? No llegué a comprobarlo, pero era una leyenda urbana entre los alumnos, reforzada por los profesores. Todos tenían miedo.
Este tipo de recuerdos resurge en algunas personas como un gran temor a la oscuridad o a estar solos en una habitación. O como violencia. Andrade lo nota en las capacitaciones, cuando alguien le dice: “Pero yo salí bien, mírame”, aunque admita que, como mínimo, escuchó epítetos como inútil, tonto o insoportable, y no le parece raro repetírselos a un niño.
“Cuando tú dices estas palabras, estás generando miedo y sumisión. Ese niño crece con miedo y se paraliza ante cualquier avance de un agresor sexual. No nos sorprende que la primera pareja de una joven mujer es quien le agrede por primera vez, porque en la casa ha sido adoctrinada con que la violencia viene de la persona que la ama y que es por su bien”.
Además, los agresores están lo suficientemente cerca como para observar lo que ocurre. “Va a ir con el niño que escucha que es gritado o insultado, porque sabe que es un pequeño que se va a someter, que tiene miedo a los padres y no va a contarles jamás que algo le pasó”.
Una crianza diferente puede convertir al niño en alguien capaz de contar o salir de una situación de abuso.
“Mire el caso del fotógrafo que violentó a muchas chicas en Ecuador. Pregúnteles a ellas si alguna vez sus padres les hablaron de que nadie debe tocar, grabar o fotografiar las partes privadas del cuerpo. No fueron capacitadas”, dice muy segura. “Eso viene de que no hubo prevención a los 3 años de edad”. A esto se suma que el agresor, para ellas, era una figura de poder. ¿Cómo? “Les permitía trabajar, llegar a un casting, ganar dinero. La imagen es poder”.
La falta de recursos mentales y emocionales para enfrentar a un abusador no es solo un problema de las mujeres. “Recién capacité a 150 hombres trabajadores, enseñándoles el ejercicio del semáforo del cuerpo”, relata Andrade. “Les pregunté cuándo hicieron esto con sus padres, y me respondieron que jamás. A los 45 años recién pudieron poner con verde las partes que permitían que les toquen, con amarillo las que eran solo para personas cercanas, y con rojo las partes que no se debían tocar”.
Esa negligencia, sostiene, es una forma de violencia. “La violencia del no hacer”.
Cómo minimizar el riesgo de abuso sexual a menores
La primera forma de reducir el riesgo al que está expuesto un niño es conocer las estadísticas. “Si sabes que la casa, la escuela, la iglesia, el club deportivo o cultural o el consultorio son los lugares de riesgo, cambias la mente”. Andrade y Vélez aprendieron esto con Chris Newlin (National Children’s Advocacy Center, Alabama). Fueron lecciones duras que les enseñaron a pensar de manera preventiva.
- El agresor empieza por casa. Es un tío o un abuelo (“hablo en masculino porque nueve de cada diez son varones, y hablo en femenino de víctimas porque nueve de cada diez son mujeres”).
- El agresor gravita hacia las profesiones que tienen cercanía con niños: docente, sacerdote, pastor, pediatra, psicólogo, payaso. “En 2018, Interpol detectó una red en Quito en la que el cabecilla era un conserje que violaba a niñas, y lo encontraron cuando empezó a tener acercamiento con un hombre que se hacía pasar por niña, que era un payaso de circo”.
- Los agresores (93 %) son personas de confianza, de las que no se sospecha. “Es la persona más simpática, agradable, el alma de la fiesta, alguien bueno, noble, que se gana la confianza de los padres (es un monstruo con un niño, pero no con los adultos)”. Y es alguien que no teme transgredir las reglas. “El que hace o dice cosas que no debe delante de los niños, el que les da dulces aunque los papás digan que no”.
- El agresor no tiene remedio. Andrade es categórica: “No se cura. Él único lugar en el mundo donde un agresor no ha vuelto a atacar es en Australia, donde ellos mismos han pedido la castración química. De lo contrario, el agresor muere violando. La cárcel no les hace nada. Salen y vuelven a delinquir”.
Otro riesgo que se puede reducir son los tiempos muertos y puntos ciegos. “En la escuela se van todos los niños, pero hay uno al que el papá no viene a ver; los puntos ciegos como el baño”. El curso de guardianes toma 16 horas en enseñar a un adulto la prevención de la violencia sexual. Pero toma mucho más cambiar la mentalidad. “‘Todo el mundo a mi alrededor es bueno, en mi casa eso no va a pasar, eso solo les pasa a los niños pobres’. Los agresores nacen y se hacen en todos los niveles. La vulnerabilidad existe en todos los polos cuando no hay cuidado”.
Pero el mayor cuidado está en lo que el niño encuentra en su casa. “El consumo de la pornografía es una de las conductas más normalizadas a nivel masculino. La edad en que los varones empiezan a consumir pornografía (datos globales) es a los 8 años. Por eso hay en lugares como Inglaterra jóvenes de 18 a 20 años con disfunciones sexuales (...). El padre y la madre que no quieren que sus hijos sean víctimas tienen que empezar cuestionando sus creencias y comportamientos violentos, que son los que permiten que mañana su hija, a la que tanto adoran, sea violada por otro que comparte las mismas creencias (...). La demanda tiene que acabarse para que se acabe la oferta”. (F)