Muchos ecuatorianos madrugaron el domingo 11 de agosto, animados por ver la participación de una ecuatoriana, Lisseth Ayoví, en la categoría de 81 kilos de halterofilia, en los Juegos Olímpicos de París 2024.
Algunos compatriotas llegaron a las gradas con la bandera de Ecuador. Y desde el primer intento de la pesista, espectadores de todas las nacionalidades la amaron por su sonrisa y sus gestos de entusiasmo, como el gesto de corazón con el que adorna nuestra portada de hoy. No llegó a la medalla, pero cada vez que salió lo hizo entre aplausos.
Hace poco cumplió 26 años. Cuando le preguntamos cómo fue ese festejo, hace puchero, porque recuerda que en esas fechas estaba en la concentración en París, rodeada de entrenadores y atletas, pero lejos de los suyos.
“Nadie me dio mi regalo”, dice con un gesto de niña, y añade que ya no piensa festejarlo, pero estalla en risas cuando le ofrecen ir a celebrar, aunque sea un poco tarde.
No fue el único inconveniente que tuvo en Europa. La aerolínea envió su equipaje a Boston por error, y ella no logró recuperarlo hasta dos días antes de regresar a Ecuador. Volvió a comprar “todito” en la capital francesa, y por eso lo que usó durante la competencia fue nuevo, y comprado con su dinero, hace notar.
Lisseth es una mujer físicamente poderosa que ha representado a Ecuador en Sudamérica y en Europa, pero en persona brinda su confianza lentamente.
José Delgado: “Mi hija Débora es un regalo de Dios”
No tuvo ningún reparo en salir sonriente en las pantallas de todo el mundo durante su participación en halterofilia en los Juegos Olímpicos, que no lloró cuando no pudo subir al podio. Pero al ver las cámaras tan cerca, en el estudio, se pone un poco nerviosa.
Horas después, enfrentaría de nuevo esos nervios al presentarse en el aula magna de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo, en Samborondón, como invitada del foro ‘Mujeres que rompen paradigmas’, organizado por EL UNIVERSO.
La chica ‘brava’ que aprendió a ser alegre a través de la disciplina
Lisseth Ayoví empezó a entrenar en halterofilia a los 10 años, cuando estaba en la escuela. Entonces, recuerda, no le daba mucha importancia al deporte y era una estudiante normal. “Al principio iba por seguir a mis amiguitos, por hacer relajo, bulla, pero no porque me interesaba entrenar”.
Iba también obligada por su mamá, quien encontró en el entrenamiento una manera de disciplinar a una niña que no quería hacer las tareas. Lisseth reconoce que en algún momento fue un castigo por su conducta. “Pero yo no lo veo mal, estoy agradecida con ella, si no fuera por eso, no estaría donde estoy”.
La primera competencia internacional, en Lima, y un segundo lugar, le hicieron ver el deporte con otros ojos, a los 14 años. “A base de eso me fui motivando para estar siempre en primer lugar”. Se lo tomó tan en serio que dejó el colegio en primero de bachillerato (estaba siguiendo Contabilidad) y se fue a entrenar, esta vez sin la aprobación de su mamá. “Uno era rebelde”.
De esa rebeldía juvenil, piensa, queda poco, en poco más de una década se ha vuelto otra persona.
Mar Rendón, la ‘rockstar’ de la nueva generación: ‘mi arma secreta es que estoy preparada’
“Para lo que yo era, ¡ufff!, siento que he cambiado muchísimo. Yo era bien brava, bien amargada; ahora de viejita me he hecho más alegre”, cuenta, pero al ver las caras de incredulidad alrededor, vuelve a reír con ganas. “Pasa el tiempo, la mentalidad cambia y se ve las cosas con positivismo; antes era una inmadura a la que le molestaba todo”.
Rápidamente agrega que piensa retomar las clases.
“La mayoría ya me dijo que tengo que estudiar. Quiero hacer el tres por uno”, dice, refiriéndose al programa de bachillerato intensivo para adultos, y piensa en que de allí podría convertirse en entrenadora, siguiendo el ejemplo de su formador, Hugo Quelal. “Y si hay la oportunidad, abrir un gimnasio y sacar mis propios deportistas”, y llevar a alguno de ellos a un campeonato. “¡Quién no quisiera!”.
“Por rabia, por enojo, uno piensa en retirarse”
Cuando se le pregunta por las dificultades en el deporte, Lisseth no piensa primero en lo económico ni lo social. Menciona sin dudar las lesiones, que han sido sus más grandes enemigas.
“En febrero fue el Panamericano en Venezuela. Tuve un accidente y dije: ‘Ya no me paro más nunca’”. Se rompió un ligamento en la rodilla y eso la obligó a permanecer con la pierna elevada, justo en el momento en que tenía que hacer las clasificatorias para los Juegos Olímpicos. No tuvo certeza de que iría a París hasta el último minuto. “Dije: ‘Hasta ahí llegó mi vida’. Pero soy muy creyente en Dios, y él me ayudó mucho”.
Había pasado antes por la decepción de no poder ir a los JJ. OO. de Tokio 2020. Eso la hizo dudar de su carrera. “Ya iba a retirarme”, asevera. No ha sido la única vez que ha tenido ese impulso. Incluso antes de París tuvo momentos de desánimo. “Cuando hay lesiones, la mente nos juega mal. ‘Yo no puedo, no se puede, cómo voy a entrenar’. Y en ese estado lo más probable es dejar el deporte y dedicarse a otro oficio. Por rabia, por enojo, uno piensa así”.
Pero en este momento su pensamiento está enfocado en 2025, año de mucha competencia: el campeonato Sudamericano, el Panamericano, el Mundial. “Seguir siendo la primera”. La carrera de una pesista, cree, se extiende “hasta que el cuerpo lo aguante”, y en su caso, considera que su cuerpo se lo permitirá hasta los 30 años.
Es muy casera y reservada, no le presta demasiada atención a la televisión ni al teléfono. Cuando sale prefiere ir al cine (y ver películas de terror, que fue uno de sus planes mientras estuvo en Guayaquil).
Y en cuestión de amigos es sumamente radical. “El mejor amigo no existe, porque cuando están bien, todo es lindo, pero cuando se pelean, se divulga todo. Mi único amigo en la tierra es Dios, el verdadero, el que nunca me falla, el que está conmigo en las buenas y en las malas, y el que no me juzga”.
Tampoco confía de más en su fuerza física. “No tengo tantos músculos, un poquitito nomás”, bromea.
“Mientras usted tenga la mentalidad y la disponibilidad, el resto no importa. El que tiene fuerza, decisión y desempeño no tiene problemas, los que critican son los que no pueden hacer lo que uno hace. El levantamiento de pesas es para el que tenga carácter, ganas y voluntad”. Valora la salud mental porque en su experiencia la halterofilia no consiste tan solo en levantar un peso. Sin una mente sana, opina, no se logra nada, no hay motivación.
También es muy austera a la hora de expresar admiración. Como lo ha dicho en otras entrevistas, respeta al ciclista Richard Carapaz.
“Cuando no tenía quién lo ayude, él buscó la manera, y a pesar de todo pudo lograr la medalla olímpica. A mí me faltó un poquito más, ¡pero bueno!”, suspira Lisseth, que en su casa guarda las medallas del campeonato mundial prejuvenil, tercer y segundo lugar en el Mundial Juvenil, campeonato panamericano, sudamericano y Juegos Bolivarianos.
Cree que hay lugar para más. De ningún modo ha renunciado a subir al podio olímpico. “Es mi mayor sueño”. (E)