La frase, casi siempre, hace alusión –medio en burla y mucho en serio– a aquellos padres que abandonaron su rol desde un principio o mientras comenzaban a transitar su paternidad. A aquellos que no dejaron su apellido ni su aporte económico y menos aún emocional en la crianza de sus hijos, pero también a aquellos que tras una separación rompieron lazos con sus hijos y se volcaron a nuevas familias.