• Cualquier cosa que nos haga olvidar nuestra verdadera identidad y nuestros sueños, y nos haga apenas trabajar para producir y reproducir.
  • Tener reglas para una guerra (Convención de Ginebra).
  • Emplear varios años estudiando en la universidad, y después no conseguir trabajo.
  • Trabajar de nueve de la mañana a cinco de la tarde en algo que no da ninguna satisfacción, con la condición de poder jubilarse después de treinta años.
  • Jubilarse, descubrir que ya no se tiene energí­a para disfrutar de la vida, y morir pocos años después, de aburrimiento.
  • Usar bótox.
  • Procurar tener éxito financiero, en lugar de buscar la felicidad.
  • Ridiculizar al que busca la felicidad en lugar del dinero, calificándolo de “persona sin ambición”.
  • Comprar objetos como carros, casas, ropa y definir la vida en función de estas comparaciones, en lugar de intentar averiguar la verdadera razón de estar vivo.
  • No hablar con extraños. Criticar al vecino.
  • Considerar que los padres siempre tienen la razón.
  • Casarse, tener hijos, y continuar juntos aunque el amor haya terminado, alegando que es por el bien de los niños (como si estos no presenciaran las constantes peleas).
  • Criticar a todo aquel que intenta ser diferente.
  • Empezar el dí­a con un despertador histérico al lado de la cama.
  • Creer que es verdadero absolutamente todo lo que está impreso.
  • Llevar un pedazo de tela de colores atado al cuello, sin ninguna utilidad conocida, pero que todos conocen con el pomposo nombre de “corbata”.
  • Nunca ser directo en las preguntas, aunque la otra persona entienda lo que se está queriendo saber.
  • Mantener la sonrisa en los labios cuando se tienen unas ganas locas de echarse a llorar. Y sentir piedad por todos los que demuestran sus sentimientos í­ntimos.
  • Pensar que el arte vale una fortuna, o que no vale absolutamente nada.
  • Despreciar por sistema lo que se consiguió fácilmente, porque, como no se dio el “sacrificio necesario”, no debe de tener las cualidades requeridas.
  • Seguir la moda, incluso cuando parece ridí­cula e incómoda.
  • Estar convencido de que todo famoso debe tener guardados montones de dinero.
  • Dedicar mucho esfuerzo a la belleza exterior, y preocuparse poco por la belleza interior.
  • Usar todos los medios posibles para mostrar que, aun siendo una persona normal, uno está infinitamente por encima del resto de los seres humanos.
  • A bordo de un transporte público, nunca mirar directamente a los ojos de la gente, pues tal cosa podrí­a entenderse como un intento de seducción.
  • Al entrar al ascensor, mantenerse orientado hacia la puerta de salida, y comportarse como si no hubiera ningún otro ser humano allí­ dentro, por muy abarrotado que esté el lugar.
  • Jamás reí­rse a carcajadas en un restaurante, por muy buena que sea la historia.
  • En el hemisferio norte, elegir la ropa que se lleva de acuerdo a la estación del año: brazos desnudos en primavera (por mucho frí­o que haga) y jersey de lana en otoño (aunque haga mucho calor).
  • En el hemisferio sur, llenar el árbol de Navidad de algodón, aunque el invierno no tenga nada que ver con el nacimiento de Cristo.
  • Cuando alguien llega a mayor, creerse dueño de toda la sabidurí­a del mundo, aunque muchas veces no se haya vivido lo suficiente para reconocer lo correcto.
  • Ir a una feria de beneficencia y pensar que con eso ya se ha hecho bastante para acabar con las desigualdades sociales del mundo.
  • Comer tres veces al dí­a, aunque no se tenga hambre.
  • Creer que los otros siempre nos superan en todo: son más atractivos, más competentes, más ricos, más inteligentes, etc. Es muy arriesgado aventurarse más allá de las propias limitaciones: lo más conveniente es no hacer nada.
  • Hacer del carro un medio para sentirse poderoso, y capaz de dominar el mundo.
  • Soltar improperios en el tráfico.
  • Pensar que todo lo malo que hace el hijo de uno es por culpa de las malas compañí­as.
  • Casarse con la primera persona que dispone de cierto estatus social. El amor puede esperar.
  • Repetir continuamente “Yo al menos lo intenté”, aunque en realidad no se haya intentado absolutamente nada.
  • Postergar las experiencias más interesantes de la vida para cuando ya no quedan fuerzas para llevarlas a cabo.
  • Huir de la depresión con fuertes dosis diarias de televisión.
  • Pensar que todo lo conquistado se puede dar por seguro para siempre.
  • Creer que a las mujeres no les gusta el fútbol, y que a los hombres no les gusta la decoración.
  • Echarle al gobierno la culpa de todo.
  • Estar convencido de que ser una persona buena, decente, educada, conlleva que los demás la consideren débil, vulnerable y fácilmente manipulable.
  • Estar igualmente convencido de que la agresividad y la descortesí­a en el trato con los otros equivale a tener una personalidad poderosa.
  • Tener miedo de la fibroscopia (los hombres) y del parto (las mujeres).
  • Por último, creer que la religión de uno, además de la única dueña de la verdad absoluta, es la más importante, la mejor, y que todos los seres humanos de este inmenso planeta que crean en cualquier otra manifestación de Dios están condenados al fuego del infierno.