Estamos sentados en un jardín, en una ciudad francesa. Las personas se quejan, pero en el fondo adoran la rutina, dije yo. Claro, y la razón es muy simple: la rutina les da la falsa sensación de que están más seguras. Así, el día de hoy será exactamente igual al día de ayer, y el de mañana no traerá sorpresas. Al llegar la noche, parte del alma protesta porque no vivió nada diferente, pero la otra parte está contenta –paradójicamente por la misma razón–. Es evidente que esta seguridad es totalmente falsa, pues nadie puede controlar nada y, justamente en el momento más inesperado, aparece un cambio que sorprende a la persona sin condiciones de reaccionar o luchar.