Don Manuel es el papá de unas queridas amigas. Lo conozco desde que éramos adolescentes, y siempre se caracterizó por su jovialidad y su sabiduría. Hace poco tuvo que pasar por una operación en la rodilla debido a una fuerte infección y –gracias a Dios y su familia– está recuperándose. Cuando volví a encontrarlo me sorprendió que, a pesar de su edad y su larga convalecencia, su rostro me regaló su cálida sonrisa seguida de un efusivo saludo.

Después de lo que ha pasado don Manuel, podría permanecer acostado todo el día. Pero su fortaleza interior lo motiva a salir y disfrutar de caminar, así sea con un bastón, mientras dispensa alegría a las personas. Ese es el tipo de fortaleza que también admiraba en mi papá.

Para alcanzar esta fortaleza es imprescindible despojarse del “victimismo crónico” que sufren aquellos que se pasan quejando por todo. Según publicaciones de la BBC, lamentarse puede provocar cambios estructurales en el cerebro, deteriorando funciones como la resolución de problemas, la toma de decisiones o la planificación, acarreando más frustración y más quejas.

No digo que las personas con fortaleza interior no se quejen, solo que consideran que la adversidad es pasajera y una oportunidad para mejorar, como lo decía Laureano Gallardo: “Ningún mar en calma hizo experto a un marinero”. Esa actitud proviene de la vida interior, del cuidado de nuestra salud mental y espiritual.

Evalúate: ¿tus lecturas o videos te ayudan a ser mejor profesional? ¿Le dedicas tiempo a la formación personal? ¿Inviertes tiempo con tu familia? ¿Frecuentas personas que te inspiran a crecer? ¿Tienes espacios de oración? ¿Usas tus talentos para servir o ayudar a los demás?

Personas como don Manuel son muy valiosas en las familias, las empresas y la sociedad. Si conoces alguno, compártele este artículo para reconocer esa noble labor, muchas veces silente, de edificarnos desde su fortaleza interior, mejor conocida como resiliencia. (O)