“¿Qué le sucede, señor Von Buchwald?”, expresó sonriente el Dr. Luis Sarrazín mientras me observaba el rostro dubitativo que intentaba entender la dimensión de un Trichuris trichiura. Al escuchar mi cuestionamiento, exclamó: “Dejen de escribir. Quiero decirles que no estoy aquí para formar tomadores de notas, sino profesionales capaces de interpretar y cuestionar la verdad, venga de quien venga. Muchas gracias, señor Von Buchwald, por su observación”.

Ese momento no lo olvido, pues más allá de la sorpresa por la felicitación de uno de mis mejores maestros, fue el preciso instante en que nací como docente. Tuvieron que pasar algunos años para ejercer, pero por esa vocación fui aprendiendo lo mejor de los docentes que tuve y, por qué no decirlo, desterrar aquellas experiencias que no vale repetir.

La vocación es ese llamado particular que tenemos para realizarnos como persona, siendo un camino donde convergen tanto nuestras intenciones como nuestro talento, convirtiéndolos en valiosos para la comunidad. En pocas palabras, cada persona tiene una misión en el mundo, pero esta se consolida desde la vocación personal.

Esta vocación personal tiene varias aristas. En primer lugar, tendremos que descubrir nuestra comunidad inmediata: en algunos casos será edificar un hogar; en otros, el camino a su consagración. Luego está la arista de la profesión, que implica adquirir el conocimiento para desarrollar nuestro talento en el trabajo. Y, en tercer lugar, está la vocación al servicio, que le da valor y sentido a nuestro esfuerzo y define la forma como aportaremos o lo que seremos capaces de otorgar a nuestra familia, a la comunidad.

Todos nacimos para dejar huellas, y tu existencia, mi querido lector, es muy valiosa para muchas personas. ¿Te has detenido a pensar cómo está siendo esta huella? Si no tienes una respuesta clara, te doy una última sugerencia: pregúntale a Dios qué camino debes recorrer. Ten la seguridad de que te ayudará a descubrir esa vocación en la que alcanzarás la plenitud. (O)