Lloraba sin siquiera entender el idioma, mientras se me reventaban los oídos con los altos decibeles de tenor y soprano. Sonreía al saborear la sal de mis lágrimas, porque estaba feliz, con la misma dulce y complaciente disposición del enamoramiento. Volvía a creer furiosamente en el amor, lo sentía vibrando en un par de voces humanas. El amor existe en sí mismo, pensaba, solo que a veces lo tomamos prestado.