Medardo Ángel Silva es un ícono de la literatura en Guayaquil, en la Costa ecuatoriana y, probablemente, en el país. A los jóvenes estudiantes de colegio de la década de los 80, la época en que estudié la secundaria, se nos enseñaba, a más de la narrativa del Grupo de Guayaquil, la poesía de, sobre todo, dos autores ecuatorianos: Dolores Veintimilla de Galindo y Medardo Ángel Silva. De este último aprendimos, casi de memoria, ese poema que dice: “Se va con algo mío/ la tarde que se aleja;/ mi dolor de vivir es un dolor de amar;/ y al son de la garúa, en la antigua calleja,/ me invade un infinito deseo de llorar”. Creo que Silva, o Medardo como ahora se le dice con familiaridad, no solo estuvo presente en la educación de los jóvenes de entonces (y de otras generaciones también), sino que, recuerdo, se había instalado ya en la cultura popular. Uno de sus poemas se había erigido y permanece hasta hoy como uno de los pasillos más bellos y queridos de los ecuatorianos: El alma en los labios. Mis padres escuchaban pasillos y este con letra de Silva nunca faltaba en casa. En el presente siglo, escritores, cineastas, bailarines, entre otros artistas, se siguen inspirando en la figura de este autor y en su obra para crear a su vez otras obras. Como decía alguna vez en este diario, tal vez a los ecuatorianos nos falte leer más a Silva y conocer a profundidad su obra, pero su nombre y su poema convertido en pasillo son parte de la memoria colectiva.Con ocasión del centenario de su muerte, que se cumplió este año, deberíamos ir más a su obra o a las obras ensayísticas e investigativas que hablan de él. Recomiendo, especialmente, un ensayo de la autoría del poeta e investigador Fernando Balseca Franco, titulado Llenaba todo de poesía: Medardo Ángel Silva y la modernidad. Balseca es en este país uno de los grandes conocedores de Medardo Ángel Silva. En el simposio que en homenaje a Silva se realizó el pasado julio en la Universidad de las Artes, varios de los expositores hicieron referencia a esta investigación. Otro libro de obligada consulta es la biografía escrita por Abel Romeo Castillo, que este año la editorial Paradiso Editores ha reeditado, actualizado y enriquecido.Mi primer trabajo como periodista, a inicios de los años noventa, fue en diario El Telégrafo y me ilusionaba saber que era en el mismo periódico en que Medardo Ángel Silva había trabajado. Una de mis aficiones, cuando tenía algo de tiempo, era ir a la hemeroteca del diario y leer los archivos. Las ediciones del diario estaban encuadernadas y catalogadas por mes y por año. Así leí los trabajos que él publicó en vida y también cómo reseñó ese diario la muerte de Silva. Este autor todo lo hizo tempranamente. Escribió, vivió y murió pronto. Hurgando en los archivos de El Telégrafo, que hoy son parte de la biblioteca de la Universidad de las Artes, dimensioné su figura desde las fuentes y pude tener conocimiento de Silva más allá de lo que me habían enseñado en el colegio, aunque, claro está, ese primer acercamiento en la secundaria fue vital. <strong>(O)</strong>