Algo habrá tenido que ver la crisis económica con la merma de los fuegos artificiales en la Argentina. Son tan caros y efímeros que se nos escapa un lagrimón cada vez que quemamos un petardo. Pero también está terminando con la pirotecnia la conciencia, cada vez más difundida, del daño que causa a los animales. Los pone locos a todos y es tan penoso ver el sufrimiento de un perro una noche de petardos, que se nos van para siempre las ganas de usarlos y mucho más de gastar dinero en una diversión tan pasajera.