Momentos antes de que Jaime Bayly entrara en el salón Baquerizo Moreno del Centro de Convenciones Simón Bolívar, el público se puso de pie. Apenas lo vieron, empezó el aplauso, y cuando la presentadora lo invitó a tomar el micrófono, hubo una ovación.

“Es la primera vez que vengo; en casa me dijeron: ‘No vayas, es muy peligroso, te van a matar’, y yo les dije: ‘Precisamente porque es muy peligroso voy a ir’”, relató, ante el deleite de sus admiradores. “No puedes ni debes esconderte, no debes dejarte intimidar por los riesgos, al contrario, el escritor va, se arriesga, se juega la vida. El que ve, aprende, y el que aprende algo nuevo tiene una historia para contar”.

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Es el estilo con el que escribe y con el que habla, sin filtros. Ante él estaban lectores pero también espectadores de sus programas de televisión, algunos llenos de preguntas, pero otros agradecidos, dijeron, porque el peruano había cambiado su manera de pensar, como el hombre que aseguró que había sido persuadido de que él y su esposa debían continuar con un embarazo inesperado, y que a Bayly y a su novela de 2004 El huracán lleva tu nombre (dedicada a Camila Bayly, hija del autor) le debían la vida de su hija de ahora 13 años.

Fue una charla muy personal, que empezó con las incidencias de Los genios, la novela en la que Bayly se pregunta (y se contesta) por qué alguna vez su compatriota Vargas Llosa le dio un puñetazo al escritor colombiano Gabriel García Márquez, después de haber sido grandes colegas, vecinos, compadres y amigos.

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‘Los genios’, de Jaime Bayly.

“He querido contar la dimensión humana, vulnerable, condolida y también humorística de los genios, porque los he conocido como genios, pero también como amigos, personas falibles, defectuosas. Creo que el arte –es mi experiencia– nace precisamente de los defectos humanos, de nuestras derrotas, nuestras miserias, de lo que pudo salir bien y salió mal, de los amores que pudieron ser felices y fueron contrariados”.

Entonces, el presentador de televisión (nacido en Lima y naturalizado estadounidense) expuso ante el auditorio totalmente lleno las vivencias de su infancia que, según él, lo llevaron a desarrollar su talento literario. “Cuando yo era un niño, mi padre no me quería. Veía en mí a un niño fallido. Yo era su hijo mayor y me llamaba como él. Quería que fuera como él, macho, pistolero, cazador de animales. Y yo era un niño tímido, delicado, nervioso, muy parecido a mi madre. Él me veía como a su esposa en miniatura. Entonces me insultaba y me pegaba”.

Los lectores de Jaime Bayly acudieron con la esperanza de hacerle preguntas y recibir una dedicatoria en sus libros.

Sin embargo, asegura que recuerda a su progenitor, el banquero Jaime Bayly Llona, con gratitud y con emoción. “Porque creo que él, cuando era cruel conmigo, estaba forjando al escritor que acabé siendo. El arte no nace de la felicidad”, reiteró, llegando al meollo de su conferencia. “El arte nace de una herida, de una desdicha, de un recuerdo que hace que el alma sangre. Mi alma sangraba de niño porque mi padre no me podía querer. Y mi pequeña revancha fue convertir todos esos recuerdos en combustible para encender la hoguera del arte. Cuando empecé a escribir en el periódico, firmaba: Jaime Bayly. Y él enviaba cartas al director diciendo: ‘Jaime Bayly soy yo’. Bueno, con los años, Jaime Bayly terminé siendo yo, y a mi padre le decían: ‘¿Usted no es el papá de Jaime Bayly?’”.

Cultivando el sueño de su madre: una carrera política

El público reaccionó con más aplausos y silbidos, pero no estaban listos para irse, pues él les había prometido una sesión de preguntas y respuestas y también firma de libros. La mayoría aguardaba con ejemplares en la mano, unos flamantes, recién comprados en la feria, otros envejecidos y muy leídos.

La charla profundizó en lo personal. ¿Podría dejar de ser periodista? Sí, contestó Bayly. Pero no podría dejar de ser escritor, su vocación más profunda. “Pero soy escritor gracias a que originalmente fui un periodista. El periodismo puede ser una fantástica educación para llegar a la literatura”.

Los lectores jóvenes fueron los más animados a interrogar al autor en el conversatorio posterior a la charla de 'Los genios'.

Los asistentes siguieron cuestionando: ¿Qué sería de Perú si Bayly fuera presidente? Y eso dio pie a un viaje a la memoria, con uno de sus más grandes afectos. “Muchas gracias, mi madre estaría encantada de conocerte”, contestó a su interlocutor, ante las risas de todos. “Yo era un niño estudioso, me encantaba hablar, me encantaba coleccionar palabras difíciles, aprenderlas y hacerlas mías. Mamá me decía: ‘Tú has nacido para ser sacerdote, y después cardenal, y luego papa. Vamos al Vaticano’. Un día encontró debajo de mi cama una revista Playboy. Y comprendió que yo no estaba hecho para ser papa”.

Pero ella no se rindió. El siguiente paso fue: ‘Vas a entrar a la política y vas a ser presidente’. “Crecí cultivando, como si fuera un bonsái, ese sueño de mamá, que todavía lo tiene. Me gusta estar con ella, la llevo en el corazón, la necesito desesperadamente. Voy a ir pronto a Lima” (reside en Estados Unidos). “Cuando estoy con ella me pasan dos cosas. La primera, dejo de ser agnóstico y vuelvo a ser creyente. Si ella me pide que vaya a misa, voy a misa y rezo de verdad. Y además, si ella dice que voy a ser presidente digo: ‘Sí’, ¡porque no la puedo decepcionar!”.

Es un hechizo que termina pronto. “Luego pienso si yo sería un buen presidente. ¡Yo me despierto al mediodía!”, exclama. “Despertaría en pijama y pantuflas y me dirían: ‘Usted está en Panamá, ya le dieron un golpe de Estado’”.

Al finalizar la charla, se armó una extensa fila para ingresar a la sala en la que Bayly firmaría los libros de sus seguidores.

¿Su padre llegó a reconocer al escritor que es hoy? “No, mi padre no leía mis libros. Fue un desencuentro triste. No teníamos que ser enemigos. Pero él me eligió como adversario. Sin embargo, no lo recuerdo con rencor. Lo recuerdo con la ilusión de volver a verlo. Me gustaría darle un abrazo y decirle que de todo lo malo salieron cosas buenas. Él era un hombre de otro tiempo, muy violento. Le gustaban las armas de fuego. Era impresionante ver cómo todas las noches desplegaba sus armas y las limpiaba con una ternura y una delicadeza que no tenía con mi madre nunca. Amaba sus revólveres, sus rifles, sus carabinas, sus escopetas, sus cuchillos. Y amaba disparar y matar a cualquier criatura. Vivíamos en el campo y a veces se aparecía un colibrí, y yo lo miraba deslumbrado mientras sacaba la pistola y le disparaba. ¡Era un hombre que quería matar al colibrí! Entonces no pudimos entendernos. Tal vez el gran drama de mi padre fue que cuando era niño se quedó cojo. Y sin darse cuenta hizo que yo fuera un poco lisiado del alma, pero gracias a eso pude ser un escritor. Me gusta pensar que nos vamos a encontrar y que en esa otra dimensión espiritual él ya no cojea, y podremos jugar fútbol juntos”.

Algo similar marcó la vida de los genios de su novela. “La ventaja de Gabo es que nació genio y nadie le pegó de niño. Creció con sus abuelos maternos y fue muy feliz con ellos y le contaron un montón de cuentos que luego le sirvieron para escribir. Fue un niño feliz, rodeado de amor y elevado por los relatos de sus abuelos. A Mario le pasó lo que a mí. Le tocó un padre abusivo y cruel. Eso te educa de una manera distinta. Llegas al arte lleno de heridas, cicatrices y tatuajes. Gabo llegó mucho más contento”.

¿Cuál será su próximo desafío literario? “Siento que ya he escrito suficientes novelas inspiradas en mi vida. Me gustaría escribir novelas históricas”. Menciona una sobre el político y militar venezolano Hugo Chávez (1954-2013), en la que promete que habrá “un personaje marginal, en las sombras, más o menos detestable, de apellido Correa”, una respuesta que fue vitoreada. Pero también tiene la idea de un libro sobre las vidas de Chávez y Fidel Castro. Y remata su discurso sabiendo lo que su audiencia quiere escuchar. “El título provisional es Cabrones de mala entraña”, dice, utilizando una de sus expresiones favoritas, con las que ha tildado a varias personalidades, desde su padre hasta a Vargas Llosa. (E)