En 1953, en medio del silencio en el que solo se percibía el movimiento de las ropas de armiño durante la coronación de la reina Isabel II en la Abadía de Westminster, Felipe Mountbatten, duque de Edimburgo, de 31 años, se retiró su corona pequeña, se arrodilló a los pies de la joven con la que se había casado seis años antes y prestó juramento de fidelidad. “Yo, Felipe, duque de Edimburgo, me hago vuestro vasallo en cuerpo y alma y del culto terrenal... con la ayuda de Dios”.