Para nadie fue una sorpresa que las incendiarias memorias del príncipe Harry, recogidas en Spare, terminaran solo profundizado aún más la brecha entre él y la familia real.
A inicios del año se conoció que el rey Carlos había decidido que su discordante hijo menor no cumpla ningún rol en su coronación, que tuvo lugar este sábado, 6 de mayo, después de revelar innumerables secretos familiares en su relato autobiográfico.
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Fuentes reales confirmaron a los medios que el rey había eliminado por completo a Enrique, quien también ostenta el título de duque de Sussex, del guion de la coronación. Eso lo dejó por fuera de al menos cuatro ritos que habría podido hacer si no se hubiera marchado de la realeza.
En primer lugar, el mundo entero vio al príncipe sentado en el evento como un mero miembro de la audiencia, relegado en la tercera fila, entre dos personajes sin ningún tipo de aspiración dinástica o nobleza natal: Jack Brooksbank, marido de su prima Eugenia de York, y la princesa Alexandra de Kent, la prima de 86 años de la desaparecida reina Isabel, y número 56 en la línea de sucesión.
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Las dos primeras filas para los asistentes a la ceremonia estuvieron estrictamente reservadas para los miembros de la realeza en ejercicio, un papel que Harry perdió tras su marcha de la realeza británica.
En segundo lugar, Enrique quedó por fuera del rito del homenaje al rey tras la entronización.
En una gran ruptura con la tradición, el rey Carlos no dispuso que los seis duques reales se arrodillaran ante él para “rendir homenaje” antes de tocar la corona y besar la mejilla derecha del monarca, como sucedió en la coronación de la fallecida Isabel II.
Los seis duques reales son William/Guillermo (ducados de Cornualles, Cambridge y Rothesay), Enrique (Sussex); los hermanos de Carlos Andrew/Andrés (York) y Edward/Eduardo (Edimburgo); Richard (Gloucester); y el príncipe Edward (Kent), primo de Isabel II.
En la parte final, cuando el nuevo monarca se sienta en el trono, tradicionalmente el heredero de la corona, los duques de la casa real y los pares principales de cada título nobiliario le ofrecen el juramento de fidelidad conocido como homenaje. El alto clero también era parte de esta ofrenda.
Para la ceremonia de Carlos III, el rito fue modificado. Solo estuvieron el arzobispo de Canterbury y el príncipe Guillermo, el primogénito del soberano británico. Solo a él, el hijo que “no ha publicado múltiples informes al público de su vida privada”, le fue permitido cumplir la tradición, tal como se vio en la transmisión de la ceremonia.
De acuerdo con un reporte de The Sunday Times, tanto Carlos como Guillermo quedaron furiosos después de que la autobiografía de Harry, Spare, se publicara. Enrique describió sin piedad a su hermano como un abusivo que supuestamente lo arrojó al suelo en una de las cabañas del palacio e incluso lo llamó su “archienemigo”.
En su polémica biografía, y en otras declaraciones públicas, Harry también ha indicado sentirse afectado por perder sus lazos con el Ejército, razón por la cual tampoco puede vestir su uniforme. Su tía Ana sí pudo acudir al acto histórico con la vestimenta de los Blues and Royals, el cuerpo del Ejército al que perteneció Harry y por el que siente gran afecto. Él habría ocupado ese papel uniformado y ceremonial para su padre, al igual que cuando le pidió permiso a su abuela para lucirla el día de su boda con Meghan Markle.
Finalmente, si Harry no hubiera renunciado a la realeza, habría podido acompañar a su padre, Carlos, a su madrastra, Camila, a su hermano Guillermo, su cuñada Kate Middleton, tíos y sobrinos en el famoso balcón del palacio de Buckingham para saludar al pueblo británico tras la coronación. Este privilegio también lo perdió su tío Andrés, a quien se apartó de la familia real por sus escándalos sexuales relacionados con el empresario Jeffrey Epstein.
La tradición de saludar desde el balcón se remonta a 1851, cuando la legendaria reina Victoria apareció allí en medio de las celebraciones por la inauguración de la Exposición Universal de ese año. Desde entonces, ese saludo ha servido para marcar ocasiones especiales en la historia de la monarquía británica, como los cumpleaños de la madre del soberano, Isabel II, las bodas reales, los jubileos de la reina o eventos de conmemoración históricos. (E)