La libertad de opinión y de expresión es un derecho humano fundamental, esto es, no ser molestado a causa de las opiniones; investigar y recibir informaciones y opiniones, y difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio.
En Ecuador esto se expresa en la Ley Orgánica Reformatoria de la Ley Orgánica de Comunicación, publicada el 15 de noviembre de 2022, que indica que la libertad de expresión no solo aplica a los medios de comunicación o a los comunicadores profesionales, sino a todas las personas, y que “no es ni podrá interpretarse como una concesión del Estado a los ciudadanos”. Esto incluye “las expresiones artísticas, culturales, religiosas, políticas o de cualquier otra índole”.
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Alberto de Lucas Vicente, director del seminario Libertad de Expresión en la Escuela de Humanidades de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), hace una precisión. “No existen libertades absolutas, como tampoco derechos absolutos. El problema, no obstante, está en dónde establecer los límites”.
En el caso de la libertad de expresión, continúa, que está ligada a la libertad de pensamiento y que, a su parecer, es tan necesaria en una sociedad sana y madura, los límites deberían ser mínimos. “Esta escasez de límites no se aplica, sin embargo, a las acciones y, por ende, suele haber consenso en que la instigación a la violencia es uno de tales límites”. De Lucas Vicente cita al filósofo británico John Stuart Mill, defensor de la libertad de expresión y la libertad individual frente a la injerencia del Estado, “hasta las opiniones pierden su inmunidad cuando las circunstancias en las cuales son expresadas hacen de esta expresión una instigación positiva a alguna acción perjudicial”.
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¿Tiene el arte responsabilidad social o su razón principal sigue siendo estética? “A lo largo de la historia se ha discutido mucho, sin alcanzar un consenso perdurable, sobre si el arte debe o no tener alguna finalidad y, en caso de haberla, si esta debe o no ser procurar una mejor sociedad. Más que una responsabilidad del arte”, opina “hay que apelar a una responsabilidad del artista. Es la persona y no la obra quien tiene una responsabilidad respecto al resto de individuos y respecto a la sociedad en la que vive. Dentro de esa responsabilidad, la persona debe valorar el mayor o menor alcance de sus actos y expresiones. En el caso de los artistas, por su capacidad de removernos y su posibilidad de llegar a más personas, la balanza es especialmente sensible”, comparte el docente y escritor, doctor en Arte y Humanidades y Lingüista.
¿Puede el arte quedar eclipsado por lo político? De Lucas Vicente considera que es difícil pensar que esos ámbitos puedan vivir mutuamente aislados o llegar a eclipsarse. “El ser humano es un animal político y el arte es probablemente la creación humana por excelencia. Ambos están destinados a convivir, a pesar de poder colisionar a menudo y de que esta colisión no sea intrínsecamente mala”.
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Considera que cualquier actividad, cualquier expresión, cualquier mensaje capaz de apelar a las emociones puede provocar una reacción en el individuo que las siente. “El arte tiene una especial capacidad para provocar emociones y el odio es, al fin y al cabo, una emoción. Entre las múltiples formas posibles de reacción ante esta emoción, una de ellas, la menos civilizada y racional, es la violencia. Eso no implica que sea fácil establecer de manera unívoca una relación de causa-consecuencia entre una obra de arte y una reacción violenta. De hecho, hay quienes defienden que la catarsis ligada a la experiencia artística puede, a menudo, aplacar dichas reacciones en otros contextos, funcionando a modo de vía de desahogo”. Recalca que a la hora de juzgar el impacto de una obra le parece fundamental la responsabilidad del artista, “por su capacidad de desencadenar dichas emociones en un público muy amplio”.
La opinión de un artista: “Desarrollemos tolerancia ante la libertad de expresión”
“Voltaire decía: podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé a muerte tú libertad de decirlo”, expresa el músico y psicólogo José Luis Freire. “Es irrelevante que opine subjetivamente si me parece bien o mal. En ese sentido, toda opinión es válida. Pero como ciudadano que cree en la democracia, siempre voy a defender la libertad de expresión, más aún la del arte, que justamente tiene la función de catalizador de la libertad. Procuro ser activista por la democracia y eso implica que, como sociedad, desarrollemos la tolerancia ante la libertad de expresión de las personas que piensan distinto a nosotros”.
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La tolerancia, explica, tiende a ser malentendida. “Creemos que tolerar es soportar, como si fuese un acto de benevolente desde una superioridad moral (que también es subjetiva). Tolerarnos”, indica el artista, “es el acto de aprender a convivir con la idea de que somos y pensamos diferente, que la sociedad la conformamos todos”.
Freire añade que el artista es independiente de las reacciones del público a sus manifestaciones. “No necesita validación, la expresión artística es un desahogo del sujeto. De igual forma, si alguien del público se siente identificado, es totalmente subjetivo. Porque la libertad que implica el arte siempre será subjetiva e individual”. (F)