A sus 61 años, Silvia Vélez Linárez es una de las defensoras de las tradiciones y del espíritu del cerro Santa Ana de Guayaquil, sector donde reside desde los 11 años, cuando llegó junto con su papá, mamá y seis hermanas a la casa de sus abuelos en el cerro, y que hoy suma ya más de 100 años de antigüedad. En la misma vivienda de cuatro pisos, su hermano Manuel, quien nació ya cuando su familia vivía en Las Peñas, está a cargo del bar-museo La Taberna, considerado uno de los más emblemáticos de la ciudad y que goza de las constantes visitas de turistas extranjeros.

“Es la tercera casa del escalón 037, y viene primero de la época de mi bisabuela Josefina y luego de mi abuelo Francisco y después de mi padre, Manuel”, recuerda Silvia. Sus hermanos Fabricio (el menor) y Cecilia, en cambio, administran el bar La Casa Grande, con un toque más moderno.

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Además de ese amor innato por las escalinatas y sus alrededores, por haber crecido en la zona, Silvia es la presidenta de la Asociación Cultural Cerro Santa Ana desde hace 20 años, desde donde impulsa diferentes actividades e iniciativas a favor del turismo y de la cultura. Por ejemplo, para las próximas fiestas de octubre quieren homenajear y rescatar el significado de la Aurora Gloriosa (himno de Guayaquil) con un evento al amanecer y con banderas de Guayaquil.

Silvia y su hermano, Manuel. Foto: El Universo

“De mi infancia recuerdo que mis amigos vivían en la calle Numa Pompilio Llona y jugábamos en las casas de algunos de ellos, porque en ese tiempo llegaban las revistas de cine y nos reuníamos a leer, porque a mí desde siempre me gustó la lectura, y por eso luego estudié Comunicación Social”.

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Otra de sus aventuras era visitar las antiguas instalaciones de Cervecería Nacional (frente al río), donde gentiles colaboradores les regalaban malta. “Decían que era beneficiosa para el cabello, y la verdad mi cabello siempre era hermoso”, recuerda entre risas. Asimismo, ella y sus hermanas disfrutaban del llamado Parque de los Bomberos, que era oficialmente el parque de los niños del barrio, donde patinaban y andaban en bicicleta.

Su hermano Manuel recuerda especialmente jugar a la resbaladera con hojas de palma o incluso con tablas sobre las que se deslizaban junto con sus amigos. Aunque hoy reconoce lo temerario de esa dinámica juvenil, recuerda con orgullo que fue uno de los juegos exclusivos del cerro, gracias a su geografía. El barrio Garay se podía quedar con el trompo.

“La regeneración urbana fue algo extraordinario”, recuerda Silvia al hablar de los cambios en la zona. “Nos cambió la vida a todos, y no solo desde lo económico, especialmente a quienes estamos dentro del circuito turístico, desde el escalón 000 hasta el escalón 444, donde se ubica el faro. El Municipio nos dio muchos cursos a través de la Cámara de Comercio”, relata.

Foto: El Universo

Pero considera que hoy su misión se enfoca en preservar el atractivo característico del cerro. “La gente se alborotó un poco, pero hay que recordar que este es un lugar bohemio, turístico y cultural, así lo entiende la comunidad y así debe seguir siendo, aunque nos ha costado mucho”.

Como aliados cuenta con la Asociación Cultural Las Peñas, la Asociación de Artesanos y la Asociación de Negocios del Cerro Santa Ana, quienes trabajan también para que sus gremios destaquen en el panorama turístico. “Queremos mantener las tradiciones de Guayaquil en el marco cultural, del civismo y de los valores; y, al mismo tiempo, que siga siendo una comunidad familiar”.