Cargan la muerte sobre los hombros mientras bailan al compás de la música de una banda de pueblo. Camino al cementerio, cuatro hombres realizan coreografías con un féretro en una práctica fúnebre que echó raíces en el norte de Perú.

Los llamados bailarines de la muerte evocan a los dancing pallbearers, los famosos ghaneses que portan ataúdes y danzan al mismo tiempo, cuya imagen se volvió viral en pandemia.

“No es un trabajo que tiene una mensualidad, es un trabajo eventual, pero cada vez que nos reunimos tratamos de dar lo mejor. Ya se ha hecho una tradición en todo el norte chico”, señala a la AFP Alex Canales, director de la compañía de Cargadores Fúnebres de Huacho, una ciudad costera a 148 km de Lima.

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Fachada de la compañía Cargadores Funebres de Huacho, que ofrece sus servicios desde hace 8 años. Foto: AFP

Algunas empresas fúnebres comenzaron a ofrecer este servicio hace ocho años, aprovechando que en varias partes rurales del Perú el adiós a los muertos suele ser más festivo que solemne, explica Canales, uno de los pioneros del negocio.

La práctica se fue extendiendo de Huacho, de 171.000 habitantes, a otras ciudades como Huaral, Barranca y Huarmey.

Los cargadores de Huacho efectúan hasta 20 servicios al mes, a un costo de 106 dólares por pedido, explica su director.

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Familia y amigos lanzan cerveza y cantan al paso del féretro de Marcelino Jamanca, agricultor de la localidad de Humaya, al norte de Lima. Foto: AFP

Recordar al difunto con alegría, el trabajo de los cargadores de ataúdes de Huacho

A principios de mayo Marcelino Jamanca, un agricultor de la zona, murió de cáncer a los 72 años.

Cuatro cargadores con camisas blancas, pantalón y corbata gris sacaron el ataúd de la vivienda donde fue velado y lo pasearon en hombros por las calles y plaza de Humaya, un sector de Huacho, al ritmo de danzas como el huayno, la marinera y la cumbia que tocaban una banda de pueblo.

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El baile se extiende a los deudos, pues en ciertas áreas rurales de Perú, los funerales son más festivos que solemnes. Foto: AFP

Otros dos hombres hicieron los relevos. “Nos duele su partida, pero hay que recordarlo alegre, fue lo que más le gustó, la música”, señaló Grace Florentine, nieta del fallecido.

El servicio duró aproximadamente hora y media, entre las pausas por las honras fúnebres y el cambio de ritmo.

Los cargadores son universitarios, trabajadores de fábrica o mototaxistas que ensayan en sus ratos libres. Sobre los hombros pueden llevar hasta 130 kilos. Algunos se han lesionado durante una procesión.

No es una costumbre exclusiva de esa zona de Perú; en ciertas regiones de México también se despide a los difuntos al ritmo del baile de los cargadores.

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“Es una labor fuerte, porque hay algunos (difuntos) que son pesaditos, pero tenemos que darle (al baile) con ganas”, dice Alexis Marengo, un cargador de 35 años.

Marcelino Jamanca fue despedido finalmente con chorros de cerveza sobre su féretro. Ahora el último adiós “es con alegría”, comenta el bailarín Jack Minaya, de 25 años, en una de las cortas pausas del singular rito. (F)