Corría el siglo XI y una tarde, una condesa, cuyo nombre traducido del latín significa ‘regalo de Dios’, montada a caballo se paseaba por las calles de Coventry (Gran Bretaña) sin más vestidura que su larga caballera. El hecho despertó la atención de todos los habitantes del lugar, quienes tenían una sola condición: encerrarse en sus casas y no abrir las ventanas ni puertas mientras la bella dama cumplía un trato pactado.