Durante unas vacaciones familiares a Walt Disney World cuando era niño, el cineasta Justin Simien quedó marcado de por vida por dos hechos: subir a la montaña rusa Space Mountain con las manos de su mamá cubriéndole los ojos todo el tiempo, mientras le pedía a Dios que los salvara; y también por la parte del final de la atracción Mansión embrujada, cuando un fantasma en un espejo parecía seguirlo a la salida.