A veces se ha acusado a Kristen Stewart de limitarse a interpretar variaciones de sí misma, como si eso no fuera la mitad de lo que nos atrae de las estrellas de cine. En Crepúsculo (2008) aportó un atractivo específico y huraño a una heroína concebida como una pizarra en blanco para las lectoras; más tarde, en Personal Shopper (2017), cuando Stewart cambió sus camisetas polo por el vestido brillante de una clienta rica, se podía ver tanto a la estrella como al personaje contemplando su nuevo aspecto en el espejo: ¿soy yo?, ¿podría ser yo?

En un principio, su nuevo drama Spencer parecería ser un soplo de aire fresco para el tipo de cinéfilo que exigiría una transformación más rigurosa de la actriz de Crepúsculo: dirigida por Pablo Larraín (Jackie), la película es un retrato psicológico de la princesa Diana, que se desmorona y luego se recupera durante tres días de vacaciones navideñas. En lugar de contratar a una actriz británica, Larraín eligió a Stewart, de 31 años, una figura contemporánea de la moda californiana.

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Pero ocurre algo curioso al ver Spencer: la distancia que en un principio parecía tan grande entre las dos mujeres se acorta hasta el punto de parecer la elección más acertada de la historia. Stewart, después de todo, sabe un par de cosas sobre lo que es vivir ante la mirada pública, el escrutinio de un romance de alto perfil y los momentos privados arrebatados por los paparazzi.

Stewart se entregó por completo a la película, estudiando la postura, los gestos y el acento de Diana; la interpretación resultante, potente y provocativa, la ha colocado al frente de las candidatas al premio Óscar de este año y una nominación confirmada al Globo de Oro como mejor actriz dramática.

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“Es como una actriz de la década de 1950 o 1960″, afirmó el director. “Lo que ella hace para la historia puede estar en un nivel de personaje muy aterrizado, pero se eleva a un nivel poético que crea una gran cantidad de misterio e intriga. Y quizá esa es la mejor fórmula que se puede encontrar para una actuación ante la cámara”.

¿Cuál fue tu primera impresión cuando Pablo te propuso hacer Spencer?

R: Él estaba muy seguro de que yo debía hacerlo, y me pareció una audacia y una locura, porque no parece la opción más instintiva ni inmediata.

Foto: RYAN PFLUGER

¿Te dijo por qué tenías que ser tú?

R: Me dijo: “Hay algo en Diana que nunca conoceremos. Tú me haces sentir así. He visto tu trabajo y nunca sé realmente lo que estás pensando”. Y yo también me siento así con Diana. Aunque siento esta abrumadora atracción hacia su espíritu y su energía, hay algo que me hace bajar la guardia. Quiero pasar el rato con ella. Quiero correr con ella por un largo pasillo. Quiero conocer a su hijo.

¿Qué surgió de Diana mientras la investigabas?

R: Había tantas capas que leer. Había muchas formas en las que intentaba revelarse, que no eran necesariamente una frase directa. No se le permitía decir: “Me estoy muriendo y él no me quiere”. Creo que la forma en que se expresaba es muy interesante, porque hay muchas lentes entre la persona y esa comunicación.

Stewart está en las conversaciones por el Oscar por su interpretación de la princesa Diana en Spencer, un papel que requirió el tipo de actuación que nunca había dado antes. (Ryan Pfluger / The New York Times) Foto: RYAN PFLUGER

Diana tenía que ser increíblemente inteligente en cuanto a su imagen y la forma en que se mostraba, sin dejar de irradiar una autenticidad absoluta. Los actores tienen que hacer lo mismo.

R: Todas las maneras en que interactuamos con los demás tienen que estar diseñadas desde un lugar interior. Por lo tanto, es una forma de manipulación. Quieres que alguien te entienda; quieres hacer que alguien sienta lo que tú sientes. Es triste pensar en ella en general, porque simplemente es la persona más codiciada, amada y también rechazada, que se odia a sí misma. Esas cosas no deberían combinarse.

Das un paso atrás cuando se te pide que traces una línea directa entre tu tiempo ante la mirada pública y el de Diana.

R: La razón por la que soy un poco reacia a reconocer la comparación es porque nunca me han dicho que me siente y me quede quieta de la manera tan perjudicial y deshonesta como le ocurrió a ella. Yo en realidad he vivido desde un lugar de impulso y descubrimiento, de verdadera honestidad y espontaneidad.

Pero, aun así, sabes lo que puede ser un alto nivel de escrutinio público. Sabes cómo es que los fotógrafos te roben momentos personales.

R: ¿Que si siento que las mujeres son tratadas injustamente y criticadas en exceso en comparación con los hombres en la prensa? Por supuesto. Es una conversación en la que quiero ahondar. Pero yo me hice muy famosa gracias al cine, y eso resulta diferente. Diana creía en un ideal que al final quedó claro que era una farsa. Es decir, si ella hubiera sabido que iba a estar en un matrimonio sin amor... Por lo tanto, cuando la gente decía: “Bueno, ella sabía en lo que se estaba metiendo”, no tenían razón.

¿Pero no es esa una crítica que a menudo también se hace a las estrellas de cine? ¿Que no deberían quejarse de los paparazzi, porque sabían a lo que se atenían?

R: Sí. Digo, si soy muy franca, yo no quería ser famosa. Quería ser actriz. Y reconozco totalmente que se puede decir: “¿De qué estás hablando? No se consigue una cosa sin la otra”. Pero sí se siente como un castigo cruel e inusual por hacer algo que amas, y luego de repente piensas: “Espera un momento, ¿me empujaron y me jalaron la camisa por encima de la cabeza y luego me fotografiaron?”. Porque yo no elegí eso.