Por Ángel Lechas

Esta historia no podía empezar de otra forma que no fuera recordando la potencia con la que retumbó en nuestras cabezas la frase lapidaria que dijo Alfonso Espinosa de los Monteros el 31 de octubre del 2022 en aquella cafetería: “Yo no trabajo para marcas comerciales, no hago publicidad”.

Y así era como mataba las aspiraciones que teníamos de que participara, como actor de doblaje, en una superproducción de Hollywood.

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El primer ecuatoriano en tener esta oportunidad y la estaba rechazando. Decía Martin Scorsese: “El cine trata de lo que está dentro del cuadro y de lo que está fuera”. Había algo fuera de nuestro cuadro que, si estaba en el cuadro de Alfonso, teníamos poco café para descubrirlo y conseguir que aceptara.

Meses de avances lentos pero continuos podrían llegar a su fin desde el 12 de octubre, cuando todo comenzó. Lucía Navarrete, gerente de Marketing de Paramount Pictures en Ecuador, recibía un e-mail con una consigna muy clara.

“Para doblar al español a cinco personajes de Dungeons & Dragons: honor entre ladrones, cada país presentará a sus nominados rellenando el documento adjunto con sus datos. Estos serán analizados por el equipo regional y los seleccionados se enviarán a la matriz en Los Ángeles, donde tomarán la decisión”.

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Hasta luego a don Alfonso Espinosa de los Monteros, a un día de su histórico retiro de la televisión ecuatoriana

Los gigantes del cine hispanohablante, como México, Argentina, Colombia y –si somos sinceros– casi todos los demás países en comparación con Ecuador, tendrían muchos más argumentos, variedad, experiencia y peso para posicionar a sus candidatos.

El documento lo rellenó con los datos más realistas y siempre decorados con la positividad y entusiasmo de quien quiere lograr, por primera vez en la historia de Ecuador, que una productora de las “5 grandes de Hollywood” contratara a un ecuatoriano para un doblaje. Había mucha más fe y esperanza, en el Excel enviado, que probabilidades.

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El día 26 del mismo mes

–los tiempos eran de competición atlética– Lucía me contaba cómo le habían rechazado el perfil propuesto. Ecuador perdía su oportunidad, o tal vez no. Podía presentar otro candidato, pero ella estaba segura de que el mejor, el único viable, era Don Alfonso.

Su premisa debió ser: “Les haré una oferta que no podrán rechazar”, porque aceptaron revisar el perfil del candidato y agendaron para el 28. Los tiempos se acortaban, la campaña debía definirse y necesitaban tener todo cerrado para noviembre.

Alfonso Espinosa de los Monteros se enamoró en Guayaquil, en un programa concurso

Llegó el día: se reuniría con los directores de Paramount Pictures para la región. Esa mañana la recuerdo visualizando lo que iba a decir, cómo, cuándo y a quién. Anotó ideas, tachó, escribió otras. Esa mañana toda la casa olía a napalm (combustible).

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Siempre digo que hay tres tipos de peleas que debes dar en la vida: las que debes ganar, las que debes perder y las que solo debes salir y pelear. Ella se quedó más con aquel “Pelea para ganar”, de Rocky.

“Me fue bien. Lo hablan en México y me darán una respuesta urgentemente. Ahora los tiempos ajustados son mi mejor arma”, me contó por el teléfono en otra llamada que duraría hasta que terminara su frase, y luego cerraría con un “Te cuento más en la noche; entro a otra reunión”. Colgó y siguió su día.

Tocaba esperar a que México confirmara si el candidato de Ecuador sería enviado para su aprobación final o no en los estudios de Los Ángeles; pero, mientras, había que avanzar a convencer a un Don Alfonso que aún no sabía nada.

Yo conseguí el contacto y le cité, siguiendo las instrucciones de Lucía, para hablarlo cara a cara. Quedamos a las 9:30. Vimos la película y posteriormente nos reunimos en una cafetería cercana y sencilla, sin mucha discreción, claro.

Lucía desgranó la propuesta, por partes, tomándose su tiempo para leerle a Alfonso donde debía profundizar, esquivando lo que interpretaba no era necesario y fortaleciendo la idea de un logro mayúsculo: actuar en Hollywood.

Alfonso Espinosa de los Monteros: ‘La idea es poder estar más cerca de mis seguidores y amigos’, dice el periodista sobre su cuenta en Instagram

Tras terminar de exponer la propuesta, todos esperamos su respuesta. Se notaba que dudaba; su imagen ha sido muchas veces solicitada para fines comerciales. Fue entonces cuando dijo: “Yo no trabajo para marcas comerciales, nunca hago publicidad”.

Yo, mudo hasta el momento, giré para mirar a Lucía; solo si ella había lanzado su última piedra tendría la venia para intervenir. Me devolvió una mirada que solo un cómplice podría interpretar.

“Más allá de todo lo que proponemos, me gustaría que lo viera desde otro ángulo. Esta es una oportunidad que no se le ha presentado a nadie en Ecuador”, intervine.

Mi visión mesiánica no pareció inmutarle. De pronto, Alfonso cuenta una anécdota de cine, buena, secreta, antigua, relevante. Yo, que me considero buen aficionado, le escuchaba atentamente. Luego le interrogué con la real curiosidad de quien tiene delante una persona llena de vidas diferentes, mundos desconocidos y profesiones solo accesibles para unos pocos.

Él se sintió escuchado y atendido, como aquellos que reciben de buen agrado a quien aún no conoce sus anécdotas. Supe que había participado en alguna producción amateur cuando era joven, con un amigo español –un buscavidas amante de la poesía, el cine y la vida misma, su compadre de correrías entendí en ese momento–. Contó también su paso por la radio recitando poesía, que cantaba y canta, que le habían otorgado un doctorado honoris causa.

No me esforcé. Fue tan natural para mí conversar y coincidir que la plática mudó. Ya no era para todos. Confesé secretos, conté anécdotas, le completé. Hablamos mucho de cine: de los grandes, de los antiguos, de las divas. Ese día, en ese momento, en esa cafetería, creo que fuimos amigos. Me atreví.

“Don Alfonso, le puedo asegurar que todos los que estamos en esta mesa le respetamos y no permitiríamos que nada afectara a su imagen. Esta es una oportunidad única para usted, pero también un nuevo camino para muchos en Ecuador. ¿Contamos con usted para ser el primer actor de doblaje ecuatoriano en Hollywood?”. Yo siempre pensaré que fue la oportunidad de abrir esa puerta, para él y para otros, la que le llevó a aceptar.

Dijo que sí, con condiciones; no esperábamos menos.

Ese mismo 31 de octubre del 2022, en la tarde, llegó respuesta de México: aceptaron enviar a nuestro candidato a Los Ángeles. Lucía estaba feliz; estábamos felices.

Fue el 22 de un noviembre caluroso, pastoso y prenavideño cuando llegó la noticia final. Sonó mi teléfono.

“Ya me llegó el e-mail: que les pase los datos de Alfonso Espinosa para redactar el contrato y que mientras le haga llegar una copia para que la revise él”. ¡Qué entusiasmo! ¡Se había logrado! Paramount Pictures firmaría contrato con Alfonso Espinosa de los Monteros. Yo no tenía que contar esta historia, ni tan siquiera ser parte de ella, pero sentí las ganas de contar una historia de cine y con final feliz.

Quién diría que lo correcto, lo honesto, el deber por encima del querer –esos principios que, hoy por hoy, rara vez son tendencia y mucho menos consiguen hacer taquilla– salen victoriosos; y, en ese momento en el que las musas han susurrado un nombre diferente y desconocido, me embarga una sensación placentera de justicia, de

victoria o incluso de mejora para el cine al ver que Alfonso –lo apacible, lo humano–

gana su oportunidad en esta orgía de influenciadores, tendencias y hashtags.